Capítulo XXXVI

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—¿Y le dijiste que no?

—No sabía qué hacer...

—Pero, ¿le dijiste que no?

—Se te olvida la parte en la que nos gritamos.

—De eso ya me he enterado. ¿¡Le dijiste que no!?

—¡Sí, le dije que no!

—¡SE TE HA IDO EL CALDERO!

  Me golpeé con una almohada en la cara. Cuando le supliqué a Jim que viniera a mi dormitorio para hablar y para que me diera algún que otro consejo, ésta no era la conversación que tenía en mente.

—Pero hay algo que no entiendo—escuché decir a Jim, sentada con las piernas cruzadas en la otra punta de la cama.—Si dices que James se fue enfadado cual Regina George en Mean Girls, ¿cómo estás tan segura de que aún quiere que vayáis a la fiesta de Slughorn juntos?

—Me ha dejado una nota esta mañana—mi voz sonó ahogada por la almohada que aún apretaba contra mi cabeza.

  Ese mismo día, cuando yo me encontraba en la sala común repasando para mi última clase de Encantamientos, al abrir el libro, una nota había caído de él. Se trataba de un trozo de hoja arrancado, escrito en tinta negra y con letra descuidada, que decía así:

  "Lowell. Tú, yo, ocho y media, escaleras del sexto piso, fiesta de Slughorn.

  No es una petición. Y no es negociable. No me hagas llevarte en pijama, aunque lo cierto es que sería la caña.

  -J."

  Aquello me había revuelto todo por dentro. Me había hecho tener esperanza, lo cual me gustaba y asustaba a partes igual. Ajjj. ¡Ése era mi problema! Con tantas emociones confluctuando en mi interior, ¿cómo saber cuáles prevalecían?

—¡Oh, que romántico! ¡Ricitos de Oro, tienes que ir!—Jim dio palmas.—Aunque si aceptas mi consejo, no te pongas la ropa interior morada. Si pasa cualquier cosa, no querrás hacer el ridículo...

  No la dejé continuar, porque aparté la almohada de mi cara y se la lancé. Le di en el estómago, pero Jim la apartó riendo sin mucho miramiento, y ladeó la cabeza.

—No pienso ir y, aunque cambiara de opinión, cosa que no haré—comencé a decir mientras me tumbaba al ancho de la cama, dejando que mis piernas colgaran y mis manos se hallaran entrelazadas sobre mi estómago—, yo sería la única que vería mi ropa interior.

—Ya. Vuelve a hablar conmigo mañana por la mañana, y entonces te creeré—Jim imitó mi postura y también se tumbó a lo ancho de la cama, quedando las dos mirando al techo de madera.

  Ladeé mi cabeza para mirarla.

—No iré. Lo sabes, ¿no? Sabes que no voy a aparecer en esa fiesta—afirmé con convicción.

  Jim también se giró para mirarme.

—¿Por qué?—dijo solamente.

  Solté todo el aire que estaba conteniendo. Alargué el brazo para coger otra almohada blanca y suave, y la apreté contra mi pecho. Desearía haber tenido en esos momentos alguno de mis peluches para sentirme aún mejor cuando los abrazara, pero todos descansaban en casa de mi madre. No había querido llevarlos a Hogwarts, ni siquiera uno, porque deseaba que todos, incluida yo, tuvieran la impresión de ver a una chica madura cuando se cruzaran conmigo.

  A la vista quedaba que yo no era la chica madura que me creía, con o sin peluches.

—No lo sé—confesé, mordiéndome el labio al notar el abismo que se formaba en mi pecho antes de pensar en el tema.—Me da miedo. Es la verdad, Jim; estoy aterrada.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora