Capítulo XVIL

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  Con el corazón bombeando sangre como un loco, golpeé con mi puño la puerta de la cabaña de Hagrid.

—¡Hagrid! ¡Abre, por favor! ¡Ayuda! ¡Hagrid! ¡Hagrid!

  Unos milisegundos fueron los que debieron pasar hasta que mis gritos surtieron efecto y el peludo rostro de Hagrid apareció con un pijama espantoso de topos naranjas y unas zapatillas de andar por casa que parecían conejos destripados. Para mí, se trató de eternidades.

—¿Harriet?—preguntó con aire cansado, frotándose un ojo con el puño.—¿Qué...?

—Hay un incendio en el pueblo—expliqué de forma atropellada. No era capaz de dilucidar palabras coherentes, y sólo quería que alguien viniera, arreglara todo eso y que yo pudiera reunirme con James.—No preguntes cómo lo sé. En Las tres escobas. Hay que hacer algo. Hay que avisar...

—¿Un incendio? ¿Donde Rosmerta?—Hagrid se alertó al momento. Miró a un lado y al otro y entonces descubrió la cortina de humo que se alzaba en la noche, más grande que hacía unos minutos.—¿Lo saben en el castillo?

  Negué con la cabeza. No había tenido tiempo de llegar a Hogwarts. Me había dirigido a su cabaña porque estaba más cerca, y porque no había sabido a quién recurrir. Estaba asustada. La cara de James se había grabado en mi memoria como hierro caliente. "Por favor, que estés bien. Por favor...".

—James ha ido a intentar ayudar—le dije, con el estómago encogido. Notaba la garganta rasposa, y eso que el trecho que había recorrido corriendo no era tan extenso.—Y yo he venido para...

  Enmudecí.

  El tiempo se ralentizó. Los latidos de mi corazón fueron lo único que ocuparon el espacio. Los notaba como explosiones en mis oídos. A cámara lenta me llevé la mano al bolsillo derecho, donde siempre guardaba mi varita.

  Sólo que esta vez había dos.

  Y recordé, con horror, cómo había pensado que sería buena idea guardar la varita de James al principio de la cita. Cómo él había accedido sin poner pegas. Cómo, después, había salido a combatir un fuego sin nada más que sus manos...sin acordarse.

  No sabría decir cuándo tomé de nuevo la dirección al pueblo. En mi memoria sólo aparezco yo corriendo, superando piedras, arbustos y plantas sin detenerme. No notaba el cansancio, ni quemazón en las piernas. El terror más antiguo se había apoderado de mí, y sólo pensaba en una cosa, una palabra: James.

  "Por favor..."

  Corrí, corrí y no cesé de correr en ningún momento. Atravesé las calles del pueblo como alma que lleva el diablo, dirigiéndome, más por inercia que por conocimiento, hacia el bar de Rosmerta. Al doblar una calle resbalé con unos adoquines sueltos y me precipité al suelo. Raspé mis manos y rodillas, pero me levanté sin un quejido y eché a correr otra vez. No era importante.

  Al llegar a la calle vi a algunos cuantos magos y brujas contemplando impotentes el local, que era pasto de las llamas. Hogsmeade apenas podía ser considerado un pueblo, y la mayoría de sus habitantes eran ancianos que dedicaban sus días a vender productos a estudiantes y profesores de Hogwarts. Era evidente que nadie tenía ningún plan en caso de incendio.

  Las tres escobas estaba completamente envuelto de llamas. Lenguas de fuego lamían la madera, y escuché un crujido y un estruendo dentro de la casa. Aquello se estaba desmoronando en mil pedazos, y nadie hacía nada.

  Entonces, algo me detuvo. Unos brazos me sostuvieron fuertes contra un pecho prominente, y el rostro preocupado y pintarrajeado de Rosmerta me sujetó.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora