—Mierda—se me escapó.
Pero no, no era una malhablada.
Levanté mi zapato asqueada por el olor, y miré la suela, con la que acababa de pisar lo que parecía una boñiga gigante. Era asqueroso, y se me acababan de quitar las ganas de cenar.
Arrugué la nariz.
—Aguamenti—apunté con mi varita a la bota, intentando mantener el equilibrio con una pierna, y un chorro pequeño de agua salió directo hacia la suela arrastrando, gracias a todas las bibliotecas del mundo, la suciedad con ella.
Sacudí el pie. Mi calcetín se había empapado un poco, pero ya no tenía remedio. Debería haber dedicado más atención en dónde ponía mis pies, pero me había centrado tanto en no perderme y mirar todo lo que me rodeaba con ojos muy abiertos, permaneciendo alerta en caso de que cualquier criatura apareciera dispuesta a atacarme, que había descuidado la zona del camino.
Miré hacia delante otra vez y me puse en marcha, forzando la vista al máximo. Por entre los árboles se distinguía el característico brillo anaranjado que pertenece a una puesta de sol.
Y es que había reflexionado por largo rato desde el día anterior cuál era el mejor momento para internarme en el Bosque Prohibido. Durante el día sería lo ideal, puesto que la mayoría de los peligros duermen con la luz, pero sin contar con el hecho de que tenía clases irremplazables, cualquiera podría verme, incluidos Ted o Charlie. James seguía en la enfermería, secuestrado por la señora Pomfrey y su madre, quien lo pillaba cada vez que quería escaparse y mandaba su culo chamuscado de nuevo a la cama.
No quería que los chicos estuvieran al tanto del avance de mis averiguaciones. Cuanto más se convencieran de que yo estaba lejos de averiguar su secreto, mejor; no se meterían.
Por la noche sería perfecto en cuanto a discreción, pero una agradable velada en la oscuridad del bosque sería peor que una endodoncia sin anestesia. Sólo de pensarlo se me ponían los pelos de punta, así que me había decantado por un término medio: el crepúsculo.
—La hondonada calcinada...—repetí para mí en la quietud de la espesura. Mis pasos crujían contra la nieve del suelo, y cada vez que algo se movía la floresta entera parecía estremecerse, incluida yo.—¿No podía tratarse de algún lugar bonito y de fácil acceso? Por supuesto que no. Eso hubiera resultado demasiado fácil.
En el bolsillo exterior de mi mochila cargaba con el cuaderno que recogía toda la información que había obtenido de Kutcher, aunque dudaba que me hiciera falta. La había releído en las últimas veinticuatro horas lo menos veinte veces. Y todas ellas había llegado a la misma conclusión: si quería averiguar algo, debía conseguir ese frasco de color rojo sangre.
Mantuve la varita bien alzada frente a mí, con el hechizo Lumos a pesar de que aún se veía notoriamente bien, y aparté las ramas de un roble con la otra mano. Ante mis narices, bajando una pequeña cuesta blanca, se presentaba lo que yo había supuesto que Kutcher se refería con la "hondonada calcinada".
La única ocasión que me había adentrado en aquellos parajes se había dado en tercer curso. Hagrid debía llevarles un suministro de no me acuerdo qué a la manada de centauros que moran el Bosque Prohibido, y nos invitó a Jim y a mí a ir. Por supuesto, a Jim le había fascinado, y hasta había enseñado a jugar al póker a una pequeña cría de centauro.
Yo por poco me lo hago encima, y estuve la noche anterior estudiando hechizos de defensa, sólo por precaución.
Recuerdo que por aquellas fechas hacía calor, y la nieve ya hacía tiempo que se había deshecho. Entonces, a diferencia de esta situación, se distinguía claramente la tierra quemada y las huellas enormes, como de garras, grabadas en el suelo en el que no había vuelto a crecer césped. Hagrid nos contó que, hacía años, la última convocatoria del Torneo de los Tres Magos se había celebrado allí mismo, en Hogwarts, y que en una prueba habían requerido la presencia de dragones, que depositaron en esa zona del bosque y acabaron con toda la vida a su alrededor.
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CHISPAS (a Hogwarts story)
FanfictionHarriet necesita una historia. Desesperadamente. Tras haber ganado el JEM, otorgado por el Profeta, sabe que quiere escribir, y devolver al Periodismo la buena fama que malos escritores como Rita Skeeter le han arrebatado. Por ello, en el comienzo...