Capítulo XXIX

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  Protegí la llama con la mano para que el viento que corría por el castillo de noche no la apagara.

  Siempre había considerado algo muy poético y sí, quizá un poco romántico, el asunto de las velas. A pesar de que podría conjurar un Lumos en cualquier momento, llevar un candelabro en mis manos me hacía pensar en las protagonistas de Jane Austen, o de Charlotte Bronte, o quizá las Mujercitas de Louisa May Alcott. Me sentía poderosa, como si todas esas mujeres hubieran existido de verdad y me acompañaran.

  Claro que ninguna había paseado por Hogwarts en pijama, con zapatillas de conejos, para investigar unos baños sucios del segundo piso.

  La puerta volvió a crujir, al igual que esta mañana, cuando la empujé con el pie. En la hilera de retretes había una puerta que se movía sola con un leve balanceo por la ventisca, dejando ver el interior de su cubículo lleno de gérmenes. Más allá, en el redondel central de los lavabos, el agua goteaba de uno de los grifos.

Engorgio—susurré. La vela se agrandó tanto que apenas pude sostenerla entre mis manos. Se tambaleó, y estuvo a punto de caerse. La llama osciló, peligrosa.—Levicorpus.

  Señalando su camino con mi varita, el candelabro fue elevado en el aire y se mantuvo cerca del techo, a una distancia prudencial para no quemar nada. Tras asegurarme que proyectaba suficiente luz para iluminar toda la sala, me volví hacia el panorama que se presentaba ante mis ojos.

  ¿Por dónde empezar?

  Me asomé por el agujero en los lavabos una vez hube traspasado el espeluznante pasillo de servicios oscuro. No tenía ni idea de qué buscaba: indicios, pistas...cualquier cosa que me pudiera guiar para descubrir en qué estaba metida mi amiga.

  El agua seguía goteando del último lavabo, y estaba consiguiendo ponerme nerviosa. Lo cerré a toda prisa y me asomé al espejo. El sucio reflejo me mostró a una Harriet pálida, envuelta en su pijama a rayas rosas.

—¿Tú también estás en el ajo?

  Algo salió de dentro del espejo, impulsándome hacia atrás. Grité por instinto:

—¡Desmaius!

  El espejo estalló en mil pedazos, los cuales saltaron por los aires. Uno rozó peligrosamente la vela, que seguía en el aire, pero afortunadamente no pasó nada.

  El espectro de una niña con coletas y aspecto anodino empezó a reír sin parar.

—¡Myrtle!—me puse una mano en el pecho.—He podido morirme del susto—le dije un poco más calmada.

—Otro chiste de muertos. Qué manía tenéis las chicas vivas...Claro, como vosotras no tenéis que morar en estos retretes estúpidos—refunfuñó Myrtle la Llorona, cruzándose de brazos fantasmales.—Igualmente, hubiera estado bien. Hubiéramos sido compañeras de cañerías.

—Ya... Lo lamento, pero estoy un poco ocupada por el momento, así que...

—Oh, me lo puedo imaginar—Myrtle soltó una risita y salió por completo del espejo. Flotó alrededor de mí y se colocó detrás, apoyando su cabeza fantasmal en mi hombro con curiosidad. Era una sensación extraña, como si un vaso de agua fría se sostuviera en equilibrio en mis clavículas.—¿Es cierto que James Potter tiene un dragón tatuado en las costillas?

—¿Qué?—¿por qué alguien se tatuaría un dragón en las costillas? Anque, conociendo a James, él sería capaz por una apuesta o para demostrar que tenía la razón en algo.—No...ni idea. ¿Cómo iba a saberlo?

—Su padre también era tan guapo como él. No, quizás sea él un poco más guapo. Aunque después está su hermano Albus...—empezó a irse por las ramas Myrtle. Suspiró al mencionar a Albus.—Qué ejemplar es también Albus Potter. Nunca encontrarás a un muchacho tan hermosamente triste.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora