Capítulo LIII

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—¿Hola?—pregunté al entrar en el despacho del director Weasley y no encontrarlo tras su escritorio, como siempre.

  Miré a un lado y al otro, pero no lo hallé por ninguna parte. Los personajes de los cuadros, que anteriormente habían sido directores, me miraron en algunos casos. Un hombre de túnica negra y pelo algo mal cuidado completamente oscuro me observó con expresión cetrina en sus ojos. Al resto yo parecía importarles bien poco, pero a éste me atreví a hablarle.

—Disculpe, ¿sabe usted dónde se encuentra el director Weasley?—le pregunté, acercándome a la mesa principal que, como siempre, estaba impecablemente ordenada con dos pilas de libros, notas, plumas, tinta y un globo terráqueo de color dorado.

—Aunque lo supiera, ten por claro que no te lo diría, chiquilla. Los estudiantes no tienen permiso para meter las narices en los asuntos de sus superiores—me respondió el hombre de pelo grasiento con voz monocorde.

  Gran ayuda.

 No se lo tuve muy en cuenta. Nunca me había parado a pensar en lo que supondría estar pintado en un cuadro y que esa parte de ti, una vez muerto, nunca descansara, sino que se viera obligado a ver todo lo que hacen los vivos sin poder participar.

—Siento haberlo molestado—dije, inclinando la cabeza sin apartar la vista de sus ojos negros como el abismo.

  Las dos cejas del que suponía que había sido el antiguo director se alzaron a la vez. Era como si quisiera decirme algo más, aunque no lo hizo, y yo no pregunté, por no meter más la pata.

  Retrocedí antes de ponerme a curiosear en el escritorio como una insolente, y examiné de pie el resto de la estancia con curiosidad. En mi anterior y única visita al despacho más importante de todo Hogwarts nunca me había detenido a observar con todo con cuidado. Allí donde mi vista se fijaba, había libros, artefactos dentro de cajas de cristal, y diferentes insignias. No se sucedían muchas fotos, y la mayoría eran de la familia pelirroja que aparecían en el marco de la mesa.

  No fui capaz de reconocer muchos de los objetos mágicos pero, apoyado con cuidado frente a un mapamundi, se situaba un sombrero grande, viejo y ajado que me sonaba mucho.

  Me acerqué para examinarlo mejor. De él salían una especie de ronquidos, así que no lo toqué para no despertarlo, pero lo contemplé con atención devota.

  Aún recordaba mi Ceremonia de Selección como si fuera ayer. Me encontraba aterrada, y había permanecido pegada a mi hermano todo el tiempo. Charlie fue llamado primero, y nada más apoyarse en su cabello, el Sombrero Seleccionador lo mandó a Hufflepuff entre una salva de aplausos.

  Y entonces me tocó a mí. Desde mi punto de vista mientras subía los peldaños bajo las miradas de todos y me sentaba como podía en el gran taburete, estaba viviendo la experiencia más aterradora a la que alguna vez podría enfrentarme. Recuerdo haber cruzado mis dedos en mi regazo, apretándome las manos con fuerza, cuando la profesora McGonagall dejó caer al Sombrero Seleccionador sobre mi cabeza.

  En ese instante, una voz empezó a susurrar. Al principio no capté lo que murmuraba por los nervios, pero poco a poco conseguí entender que farfullaba algo así como: "...mmm, gran fondo. Una buena mente, desde luego; podrían quererte en Ravenclaw Por supuesto que serías una buena competidora para ellos. Pero luego esa fiereza que también resulta ser clásica de Gryffindor. ¿Qué hacemos contigo, chiquilla?"

  Yo me asusté tanto que no respondí, pero pensé para adentro con todas mis fuerzas: "Por favor, no te equivoques".

  "Lo intento, ¿sabes? No eres fácil. Veamos...sí, creo que lo tengo. Espíritu trabajador, corazón rebosante, capacidad para decir la verdad y nada más que la verdad...sí, sí, ya estás. Confío en que te irá bien en HUFFLEPUFF".

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora