Capítulo I

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—Recuérdame otra vez por qué estamos aún en la biblioteca—dijo Jim, ahogando un bostezo con la mano, de manera que casi le cayó un poco de babilla en la redacción que tenía sin terminar en la mesa.—¡Ya ha pasado la hora de cenar, Harriet!

—Prometiste que me ayudarías con mis tareas atrasadas—dije, ladeando la cabeza.

Jim arrugó el ceño.

—¡Pero es domingo!

—Y tú, una terrible amiga.

—¡Eh! Con calma, Ricitos de Oro—arrugó el ceño Jim.—Estoy aquí, ¿no? Con aquí me refiero en una biblioteca vacía, un domingo, por la noche, a la hora de la cena, ayudándote con el trabajo atrasado. Es lo que yo defino como una buena amistad.

—Si por "buena amistad" entiendes los guantes de piel de dragón sintética que me vas a hacer comprarte a cambio...—mascullé a la vez que pasaba la página.

Aunque en ese momento ahogué yo también un bostezo.

A Jim no le faltaba un poco de razón. Llevábamos allí todo el día. Habíamos sido las primeras en llegar, puesto que en el desayuno, cada una en su mesa, habíamos engullido rápidamente lo que pudimos y habíamos salido disparadas con nuestras mochilas y nuestras ojeras hasta la cuarta planta. Sólo nos habíamos permitido una pausa a la hora de comer, cuando también habíamos suplicado a la señora Pince para que nos dejara quedarnos un poco más de la hora permitido.

Y todo porque yo no había sido capaz de hacer nada aquella semana.

Sabía que debía centrarme, que éste era mi último año, que todo se reducía a esto, pero...

Cerré el libro sobre Encantamientos que estaba leyendo con un golpe tan fuerte que Jim se sobresaltó e hizo una raya en su redacción.

—Tienes razón—declaré. Los ojos rasgados de Jim se abrieron todo lo posible.—Es tarde. Vámonos.

—¡Alabados sean Merlín, Dumbledore, y la madre que los...!—comenzó a gritar a Jim, pero un silbido resonó por encima de sus palabras.

Nos dimos la vuelta sólo para encontrar la cara de la vieja bibliotecaria encajada entre los libros de una estantería, mirándonos.

Jim y yo la saludamos al mismo tiempo que fingíamos una sonrisa.

—¿Lleva todo el tiempo ahí?—preguntó Jim cuchicheando mientras comenzamos a guardar todo en nuestras respectivas mochilas.

—Por tu bien, espero que no—me burlé, riendo entre dientes.—O se habrá enterado de tu gran admiración por el profesor Walsh.

Jim me pegó con un libro, pero no pude parar de reír.

El profesor Walsh era la razón por la que Estudios Muggles llevaba siendo la optativa más solicitada desde hacía dos años. Apenas tendría unos veintiséis años y, con su pelo rubio, ojos azules y acento escocés, atraía las miradas de todas.

Y sí. Estaba bueno. Era un buen profesor, pero cualquiera que no lo conociera diría que su sitio estaba en modelar para catálogos de El Profeta.

El Profeta.

Un regusto agridulce se instaló en mi boca, y sacudí la cabeza para ahuyentar esos pensamientos que, como si fueran lechuzas, ya empezaban a revolotear en mi mente.

Un gato flacucho y sin mucho pelo apareció de repente, saltando hacia nuestra mesa. Tenía los bigotes descoloridos, y yo aparté mis cosas de golpe, intentando mantenerme alejada.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora