Capítulo XVI

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  Toqué a la puerta con puños débiles. Apenas produje sonido, y me hice la ilusión de que no hubiera nadie y yo pudiera largarme por donde había venido.

—¡Adelante!—exclamó una voz desde dentro.

  "Atrás mejor", pensé muerta de miedo. Aún así, hice de tripas corazón y empujé un poco la puerta, asomando la cabeza por la estancia.

  Jamás había estado en el despacho del director, y lo cierto es que me sorprendió. Se trataba de un lugar circular con una gran cantidad de ventanas. Ese detalle me agradó; desde la Torre del Director los observadores debían poseer unas vistas increíbles.

  Tras un enorme escritorio de madera oscura, en una pared alta, se hallaban un montón de retratos. Algunos, cuando asomé la cabeza, se volvieron a mirarme. Había un hombre de cejas negras pobladas que estaba dormitando y que apenas me dedicó una mirada de desdén antes de volver a cerrar los ojos. Un retrato que era más grande que el resto, y se situaba justo detrás de la silla grande...ocupada por el director.

—Pase, señorita Lowell, y cierre la puerta al entrar—dijo el director, haciendo un gesto ceremonioso. Se pasó un pañuelo de papel por debajo de la nariz y sorbió un poco con ella.

  Obedecí y, a pesar de que mis rodillas temblaban tanto como un pudin con muy poca crema, fui capaz de entrar por completo en el despacho y cerrar la puerta a mis espaldas, tomándome mi tiempo en esto.

—Siéntese—el director me indicó una silla frente a él, al otro lado de su pesado escritorio.

  Tragué saliva.

  De nuevo obedecí.

  No sabía por qué estaba allí. No creí haber hecho nada mal. Aquello no era por mi desencuentro con El Profeta, ¿verdad? ¿Sería también el colegio capaz de castigarme por ello?

  Puede que al director Weasley no le hiciera mucha gracia que me quedara por las noches un rato más de lo permitido en la biblioteca. Es que allí me concentraba mucho más para estudiar, tanto que me zumbaban los oídos. Había establecido un acuerdo con la señora Pince: ella me vigilaría con ojo de halcón para asegurarse de que yo no hacía nada indebido y, a cambio de dicha vigilancia, podría permanecer un poco más allí. Aunque quizá no le hiciera mucha ilusión al director esta intromisión a las normas.

  Me encontraba tan cohibida que me dediqué a mirar el escritorio. Estaba muy ordenado, y de otra manera, con la cantidad de objetos que había en él, hubiera supuesto el caos absoluto. Había plumas, tinteros, y una pequeña bola del mundo hecha de lo que parecía ser plata. Unos cuantos libros se apilaban a la derecha del director, que escribía con una pluma de forma lenta y cuidadosa sobre un pergamino.

  Lo que más me llamó la atención fue una pequeña foto, encuadrada en un marco de madera.

  Como todas las fotos en el mundo mágico, éstas de movían. Mostraba una familia de unos...cinco, seis, ¡siete!, siete hermanos, todos ellos pelirrojos. Detrás de ellos había una señora bajita y algo regordeta, con un pelo rizado y espeso, del color de las zanahorias maduras. Sus hombros eran rodeados por el brazo de un hombre larguirucho y con ojeras profundas que cubrían por fuera a sus ojos. A pesar de todo, el hombre sonreía con satisfacción y apretaba con fuerza los hombros de la mujer.

  Los niños eran ya otro cantar.

  Había uno mayor, que tendría unos dieciocho años, con el pelo largo, justo en el lado izquierdo de la fotografía. Junto a él, otro con alguna que otra cicatriz quizá un año más pequeño que él se afanaba en buscar algo en su bolsillo. Por la parte de la derecha, había un chiquillo que no tendría edad para ingresar en Hogwarts, con nariz aguileña y mejillas pecosas que sostenía una niña, apenas un bebé, en sus brazos. La bebé sólo tenía algunos pelos de tonalidad anaranjada, como el resto de su familia, y miraba con curiosidad al resto de sus hermanos.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora