Capítulo LXIV

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OS ESPERA LA MAYOR DE LAS SORPRESAS EN LA NOTA DEL FINAL DEL CAPÍTULO. NO SE OS OCURRA  SALTÁROSLA, O HARÉ QUE HARRIET SUSPENDA TODO Y SE CONVIERTA EN AYUDANTE DE RITA SKEETER.

Os quiero mucho, chicos.

Dicho esto, os dejo con el capítulo :).


Mis botitas de cuero daban pequeños golpes contra la madera del suelo del despacho. Llevaba los leotardos por las rodillas, pero estos no dejaban de resbalarse. Cuando me agaché por enésima vez para ajustármelos, la profesora McGonagall levantó la vista de su libro para posarla en mí.

—¿Todo bien, señorita Lowell?—preguntó con su voz severa pero maternal.

Siempre le había profesado a la profesora McGonagall un gran respeto, pero desde que me ayudó cuando James sufrió el accidente en aquel incendio, le guardaba un gran cariño, como a una figura maternal.

Asentí con una sonrisa de oreja a oreja y me enderecé, quedando frente a frente con la mujer, separadas por su escritorio.

—¿Está segura?—ella siguió mirándome como con rayos x, revisándome.—Parece algo... nerviosa.

Porque lo estaba. Por todas las librerías del mundo, el corazón me latía a mil por hora y tenía un nudo en el estómago. Por mucho que Jim me había insistido, aquel día no había comido nada y, en lugar de bajar al Gran Comedor como todos los demás, me había entretenido revisando una y otra vez mi maleta, que ahora estaba apoyada a mis pies.

Daba igual que ya conociera a la familia de James, y que éstos fueran tremendamente amables conmigo. Aquello era... un gran paso. Un paso enorme.

Y quizá en otro momento me hubiera podido sincerar con la profesora o, al menos, hablar con ella de una forma mucho más abierta.

Sin embargo, sentados en dos sillas junto a mí estaban Albus y Lily Potter, quienes observaban la conversación atentos. No quería decir algo inapropiado y que ellos pensaran que su familia me hacía sentir incómoda. Además, me sentiría un poco ridícula si los hermanos de James, a sus catorce y trece años, descubrían que yo, prácticamente una adulta, me alteraba por algo así.

Así que ésas fueron razones suficientes para que yo dijera:

—No... estoy bien, se lo aseguro.

La profesora McGonagall me miró un momento y asintió después. Movió la varita con un simple gesto y detrás de nosotros, una tetera comenzó a hervir ella sola con un alegre alboroto.

—Señor Potter—McGonagall llamó entonces a Albus, que se situaba alejado de mí, al otro lado de Lily. Yo, que aún no había decidido cómo actuar con todo lo que había descubierto sobre Albus, había supuesto un alivio.—He corregido ya su redacción sobre las posibles transformaciones realizables con aves fénix. La he encontrado correcta, pero creo que hay un punto en el que quizá discrepe con usted. Verá, los fénix, a pesar de contar con lágrimas curadoras, no podrían librarse del conjuro realizado, debido a que la magia que el mago practique con ellos siempre será más poderosa que...

Dejé de escuchar sobre la redacción de los fénix. Ya había tenido que hacerla en cuarto, y no me avergonzaba al decir que McGonagall me había hecho repetirla porque había tenido algunos errores. Después de tres días trabajando en el segundo borrador, la jefa de la casa de Gryffindor había depositado un Extraordinario en mi hoja de papel.

En vez de eso, me dediqué a contemplar a Albus por primera vez en todo el tiempo que llevábamos en el despacho. En realidad, deberíamos haber llegado a casa de los Potter hacía casi cuarenta minutos... y, sin embargo, James aún no había aparecido por el despacho. No entendía a qué se debía su retraso. ¿Se le habría olvidado que hoy, viernes, íbamos a su casa? Por Merlín, ¿cómo podía ir tan tranquilo cuando a mí me faltaba poco para entrar en una crisis nerviosa?

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora