Capítulo LXXVII

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Salté un cuerpo y a punto estuve de tropezarme con Cornelia Longbottom, una de los tantos que se habían dormido en medio de la sala común de Hufflepuff.

Pues vaya con los fiesteros. ¿Ése era todo el aguante que tenían?

Mordiéndome el labio, traté de deslizarme lo más silenciosa posible a través de la sala. Quizá le pisé una mano a un chico enorme de cuarto curso llamado Kurt, pero tenía el sueño tan profundo que sólo murmuró "Cinco minutos más, mamá", y se dio la vuelta.

Costó, mas logré llegar finalmente hasta la mesa junto al fuego en la que Charlie y yo habíamos tenido una discusión antes de las vacaciones de Pascua. Estaba llena a rebosar de libros, papeles y bolsas vacías de gominolas, entre las que comencé a rebuscar algo histérica.

Tenía que estar allí.

Debía. Era obligatorio.

Sabía que Charlie no se había llevado mi colgante, pues no tenía corazón para devolvérselo a James.

¿Y si alguien lo había robado? Estaba fabricado a partir de un material bueno, por lo que valdría bastante si se conseguía un buen postor.

Me pasé las manos por la melena, nerviosa.

Necesitaba encontrarlo.

No podía haberlo perdido.

Maldita sea. ¿Por qué tendría que habérmelo quitado en primer lugar?

Nunca había extraviado nada. Mantenía cada una de mis pertenencias en un lugar que yo conocía. El collar de James no podía convertirse en el objeto número uno en perderse por mi culpa.

Retrocedí para observar la mesa con mayor atención, iluminada por las llamas de la chimenea. Noté entonces cómo mi pie le daba una patada a algo, que echaba a rodar hasta chocar contra una de las patas de la mesa y quedarse quieto.

Miré, distraída.

Un segundo vistazo me hizo mirar con más detenimiento.

Y una oleada de alivio tomó posesión de mi ser al vislumbrar la "H" que pendía de una fina cadena.

Me agaché y atrapé el collar, que apresuré a colgar alrededor de mi cuello. Solo cuando noté el frío metal contra mi piel suspiré aliviada. Lo sostuve con un puño a la suficiente altura como para depositar un suave beso sobre la alhaja antes de guardarlo a buen recaudo bajo mi jersey.

El descubrimiento me infundió el suficiente coraje como para recorrer el camino que había trazado, dirigiéndome de nuevo a la salida, y no a mi habitación, como un mago o bruja normal habrían esperado. 

Al llegar a la puerta, me fijé que el cuerpo que dormía acurrucado junto a ella, igual que un perro guardián, era el de Charlie.

Él se abrazaba a sí mismo. Mi hermano tenía la manía de rodear algo con los brazos en sueños, lo que fuese: una almohada, un cojín, un peluche... Decía que sentía los brazos tontos de no hacerlo.

Saqué mi varita del bolsillo trasero de mis vaqueros.

Accio—apenas susurré, deseando no despertar a nadie.

De uno de los sillones, un cojín redondo y mullido salió volando hacia mis brazos. Tenía encima algunos papeles de golosina que me apresuré a sacudirle.

Una cosa era festejar el triunfo del partido, y otra muy distinta, comportarse como una piara de cerdos de granja. Por la mañana obligaría a todos los miembros de mi casa que habían provocado la fiesta a recoger aquel estropicio.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora