Capítulo V

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Lumosmurmuré, con la mirada perdida. La punta de mi varita de veinticinco centímetros, madera de manzano y núcleo de pelo de unicornio se iluminó como una estrella.Noxy volvió a apagarse como antes.

Llevaba así cerca de veinte minutos, y el juego comenzaba a hacerse tedioso.

Le eché un vistazo al muro de ladrillo, airada. Lancé una maldición, que rebotó en uno de los ladrillos para acabar en una lámpara del pasillo. El cristal de ésta explotó.

Dos ladrillos se combaron en el centro de la pared formando un cerco, uno hacia arriba y otro hacia abajo, haciendo el efecto de una boca. Y ciertamente se movieron:

—Maleducada.

Bufé, dirigiéndole una mirada asesina.

—Si me hubiera dejado entrar media hora atrás no tendría que soportar mis hechizosfue mi contestación hasta él.

Volví la cabeza y me moví en mi postura del suelo. El culo se me estaba quedando frío, y entumecido. Para colmo, empezaba a correr aire por el pasillo, viento frío y helado.

Odiaba la zona de las mazmorras.

Dos chicos aparecieron en el pasillo en ese momento, directos al muro de ladrillos. Ambos llevaban el uniforme que los identificaba como miembros honoríficos de Slytherin, sin contar el hecho de que iban hablando en cuchicheos, como si conspiraran. Uno de los chicos volvió su cabeza hacia mí, observándome detenidamente con sus ojos verdes como esmeraldas. Una sensación de familiaridad se instaló en la parte trasera de mi cerebro.

¿De qué podía conocerlo?

—¿Qué haces ahí?—preguntó, interrumpiendo la cháchara de su compañero, un chico rubio y bajito con la piel pálida, quien también se giró para ver la razón por la que no era escuchado.

—¿Honestamente? Yo llevo preguntándome lo mismo desde hace un buen rato—cabeceé, apoyando la cabeza en la pared sin quitarles el ojo de encima a ninguno de ellos.

No había encontrado a Jim por ninguna parte. Nadie la había visto; ni las chicas de último curso de Slyterhin, ni la señora Pince, ni el resto de profesores. Pregunté hasta al retrato de sir Cadogan pero, ya que me aseguró que mi amiga se había marchado a desfacer entuertos, probé con una solución más simple: me dirigí a la sala común de su casa.

De la que no sabía su contraseña, por supuesto. Y a la que ese muro intransigente con las normas no me dejaba acceder.

—Yo te conozco a ti—continué mirando al chico. Tenía un cierto aire a alguien, pero era más que eso. Yo lo había visto a él.

—Quizá conozcas a mi hermano. Va a último curso—se encogió de hombros el chico, con las manos en los bolsillos.—O puede que a mi padre...

—No. Tú...tú eres Albus Potter, ¿verdad?—pregunté levantándome con presteza. Me apoyé con una mano en la pared a la vez que con la otra lo señalaba.—Saliste en el periódico el otro día.

—El sueño de toda mi vida—suspiró el chico, mirando a su compañero con cierto hastío.

Él era Albus Potter, de eso no había ninguna duda. La mención a su padre había activado la alarma en mi cabeza, pero el nombre que me vino a la cabeza fue el suyo. No hacía ni una semana que lo había visto en la portada de El Profeta, que desde el J.E.M me enviaban ejemplares gratuitos en cada desayuno.

El artículo no era muy bueno, y tampoco decía nada interesante. Sólo que Albus Potter, hijo del famoso Harry Potter, se había visto en problemas con algunos individuos que aún seguían los ideales del Señor Tenebroso en la actualidad. El chaval, al parecer, había salvado el día.

CHISPAS (a Hogwarts story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora