Me es imposible alcanzarlo en la multitud. Son demasiadas personas a mí alrededor y pronto el semáforo cambiará y dará paso a la gran cantidad de autos que esperan la luz verde. Siento mis piernas fallar y casi temo caer y ser pisada una y otra vez. Agradezco el traer once centímetros de ayuda con los grandes zapatos de tacón, pues así alcanzo a ver su melena medio rubia, medio castaña. Él se acerca a una pequeña tienda departamental especializada en trajes de etiqueta. Estoy mucho más cerca, lo puedo alcanzar sin tener que correr y me siento aliviada por ello. Llego al local y coloco mis manos sobre mis rodillas para recuperar el aliento. Cuando me pongo de pie lo observo morderse el labio mientras un empleado le muestra un traje azul que estoy segura le quedará a la perfección. Me detengo. Lo miro con detenimiento, tomándome todo el tiempo para detallar sus masculinas facciones desarrolladas con el paso de los últimos años. Ya no queda nada de aquel chico con rostro tierno de diecisiete años que dejé atrás al mudarme al otro lado del mundo.
Entonces, siento que el mundo se detiene cuando nuestras miradas se cruzan.
Sí, así de cursi como en las películas románticas, casi puedo imaginar los corazones a nuestro alrededor. Él sonríe y siento derretirme con esa maldita y perfecta sonrisa de comercial. Alguien coloca una mano sobre mi hombro y me sobresalto rompiendo el maravilloso sentimiento de regocijo que comenzaba a inundarme.
—Ay Diane, deja de babear por favor. —dice Jake haciendo una mueca de asco mientras me empuja lejos de los papeles que continúan regados por la cama. Me siento y me restriego el rostro para volver a la realidad después de una serie de confusos y maravillosos sueños.
—Ñe —exclamo medio dormida y me vuelvo a acomodar boca abajo en la cama. Deseo más que nada volver a ese extraño sueño y descubrir que estaba haciendo Niall ahí. Por lo menos, se quién es la persona que colocó su mano sobre mi hombro y me sobresaltó.
Jacob.
Tomo el cojín que está debajo de mi estómago y lo lanzo hacia su rostro. Acierto y él me fulmina con la mirada.
— ¡Oye!, ¡¿Por qué fue eso?!
—Por despertarme.
—Te has quedado dormida justo cuando te explicaba todo. ¿Tendré que empezar de nuevo por tercera vez? —levanta una ceja hacia mí y lo agrego a mi lista mental de personas que detesto porque pueden hacer eso y yo no. Suspiro y me siento, avergonzada. El pobre tuvo que renunciar a la "ley del hielo" que comenzaba apenas a aplicar conmigo.
—No. Ya he entendido... más o menos. —respondo y él exhala una gran bocanada de aire. Supongo que debe ser complicado estar tratando de explicarme una y otra vez lo mismo.
—Bien. —dice no muy convencido y le sonrío.
—Vamos Jake, tomemos un descanso. —ofrezco porque sé que el revisar una y otra vez los términos de la demanda no van a decirle la ubicación de mi madre en estos momentos. — ¿Quieres una pizza? —pregunto y Jake asiente inmediatamente. Ambos morimos de hambre.
(. . .)
— ¿Qué soñabas hace rato? —cuestiona mi amigo después de beber un poco de cerveza. Lo imito aunque no sea fanática de las bebidas alcohólicas desde aquella noche en la que estuve a punto de caer en un coma etílico. Por segunda vez en mi vida. Y eso fue en la noche de año nuevo, hace casi tres años atrás. No me culpen, era eso o nadar desnuda en la piscina de Alisson. Al final pienso que avergonzarme en frente de universitarios no hubiera sido tan malo como enfermar de esa manera.
Dejo la botella a un lado con una mueca y Ethan ríe por lo bajo.
—Uh, no recuerdo. —miento y él pone los ojos en blanco.
—Nadie sonríe tanto mientras duerme. —contraataca y Ethan comienza a interesarse en nuestro intercambio.
—Esto se está poniendo interesante. —susurra Ethan dejando de lado el televisor.
—No. No lo es. —le respondo y me vuelvo a Jacob nuevamente. — ¿Me espiabas mientras dormía?
— ¡Já!, estabas dormida justo en frente de mí. ¿Cómo es que no me iba a percatar de la sonrisa que pusiste justo antes de que te despertara? —bueno, él tiene un punto. —Soñabas conmigo, deberías admitirlo.
Escucho la risita burlona del amigo de Jake.
—Olvídalo. —digo y me levanto para llevar mi plato a la cocina y después dirigirme a la habitación y continuar descubriendo el contenido de la caja. Tengo dos días y apenas he leído todos los papeles de la pequeña caja dentro de la gran caja. Vaya que redundancia. Dejo a los chicos para que platiquen tranquilos y me siento en el suelo. Temo hacer algún hoyo en el colchón si permanezco sobre el por mucho más tiempo.
Fotos familiares –mamá y yo, en ocasiones con primos o con la abuela–, lápices que dejé en buen estado, un viejo block lleno de bocetos del rostro de Niall.
Me detengo antes de colocarlo en el suelo a mi izquierda y paso las hojas con nostalgia. Dibujarlo fue una adicción en ese entonces. Pienso en el Niall de mis sueños, ¿será así en realidad?
Si lo es, es malditamente hermoso y secuestrable.
Río ante mi pensamiento y observo la última hoja que está en blanco. Suspiro y tomo un lápiz del montón. Comienzo a mover mi mano por la superficie y me relajo al descubrir que no he perdido el toque. Hacía tiempo que no dibujaba por ocio, siempre eran proyectos y más proyectos. Nada como la sensación de expresarte sobre el papel de la manera que hizo que me enamorara del dibujo en mi infancia y adolescencia.
Pasada una hora, más o menos, admiro mi trabajo y siento una punzada en el corazón cuando lo observo claramente. En un principio comencé haciendo trazos vagos de un rostro y terminé haciendo a la versión de un Niall de veintitantos años que aparece en mis sueños.
Duele.
Una gota de agua cae sobre el ojo del chico y lo deforma, siento algo húmedo y salado por mis labios. Me percato entonces que estoy llorando silenciosamente ante la explosión de recuerdos que llegan juntos como un flashback antes de la muerte.
Acerco las rodillas a mi rostro y coloco mi cabeza sobre ellas. Dejo caer las lágrimas porque quizás quede cerca después de llorar tanto. Eso espero, es desesperante llorar por alguien que te olvidó desde hace mucho. Me frustra el no tener la manera de olvidarlo, de sacar todos los sentimientos que tengo hacia el rubio y me doy cuenta de que estoy siendo patética por seguir amando a un chico que a estas alturas de la vida es un amor imposible.
Doy un último respingo y cierro el block para después esconderlo en mi maleta. No quiero que Jacob sepa de esa faceta ridícula de mí.
Sigo revisando y me encuentro con los pedazos de mi viejo teléfono. Busco entre ellos para localizar la tarjeta SIM. La encuentro y la coloco en mi teléfono. Recupero la línea y la lista de contactos. Hago uso de toda mi fuerza de voluntad para no probar y llamar el número de Niall o el de casa de Maura.
Esto va a resultar complicado.