El tiempo corre en nuestra contra

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Unos veinte minutos después, y con Miriam a punto de desfallecer y echar el corazón por la boca ya que no estaba acostumbrada a hacer tanto ejercicio, la luz se detuvo.

Sin previo aviso.

Delante de la fachada de un edificio semi en ruinas insertado en el imbricado casco viejo de la zona antigua de la ciudad.

― ¿Es aquí? ―preguntó, Miriam.

La miré confuso, porque yo tampoco entendía nada. Y fuera cual fuese el motivo que hubiera conducido a Luca hasta aquel lugar, nada parecía indicar que se tratase de algo bueno.

―Eso parece.

Varias voces comenzaron a escucharse en ese momento, acercándose a la puerta. Y cruzamos una mirada de horror.

― ¿Qué hacemos ahora? ―susurró Miriam.

Yo me quedé parado mientras las voces se acercaban. No sabía qué hacer.

En una situación paranormal habría esperado a un lado de la puerta y depende de lo que saliera de allí me habría liado a ostias, pero los cazadores tenemos terminantemente prohibido agredir a un humano, ni tan siquiera en defensa propia. Así que en esa situación estaba tan indefenso como cualquier otro humano, puede que incluso más.

Por suerte Miriam pensó por los dos.

Me agarró del brazo con rapidez y corrimos a guarecernos en un callejón cercano, ocultos tras el chaflán del edificio.

Ella se asomó y yo hice lo propio.

―Mete la cabeza, no sé qué clase de personas son estas ni que tienen que ver con Luca, pero me da que no conviene que nadie sepa que hemos estado aquí ―susurró.

Asentí y obedecí. Yo podía imaginarme quiénes eran.

Me limité a escuchar, y ella asomaba de forma tan discreta que, entre la oscuridad, y al ser de tez oscura, su presencia era prácticamente imposible de advertir.

Varios hombres salieron riendo del lugar y se encaminaron hacia un coche aparcado en un estacionamiento cercano. Estaban más lejos que antes, pero todavía podía escuchárseles con claridad.

Yo empleé la traduxa, que no había devuelto ni me planteaba devolver, y automáticamente comencé a entender italiano. Sabía que Miriam lo entendía sin más porque era muy diestra en eso de las lenguas y había estudiado un montón, entre ellas esa.

―Parece que por fin hemos sacado la basura ―se burló una voz.

―En realidad dentro de unos días, cuando empiece a apestar, será cuando tengamos que deshacernos de ella.

― ¿No cree que es un poco imprudente abandonarlo aquí hasta que muera en lugar de matarlo y deshacernos directamente del cuerpo?

―No tardará en morir. Además, es un asunto muy personal, nadie entrometerá sus narices ―resolvió una voz adulta, que arrastraba mucho las palabras. Y un escalofrío me recorrió la espalda―. Pero ahora necesito un último favor por esta noche, ya sabéis a qué me refiero.

― ¿Quiere que le enseñemos todo?

―Hasta el más mísero instante de metraje. Son varias horas, la destrozará ―una risa, tan impersonal como aterradora rasgó el silencio nocturno.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora