Quiero volver a nacer

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Puesto que no pude actualizar ayer ya que no estaba en mi ciudad, he decidido empezar la semana con buen pie y alegraros el lunes ;) ¡Feliz lunes!

Y capítulo extra-extra largo para celebrarlo. 

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Recuerdo bien ese momento en que Han y yo caminábamos por los pasillos de la Pax, recorriendo por primera vez aquellas instalaciones que estaba destinado a conocer tan bien.

Allí todo era de madera encantada con un hechizo para tener propiedades ignífugas. Todo salvo los techos, que en todas partes eran una ventana abierta al océano, del que tan solo nos separaba un conjuro, que también era el encargado de invisibilizarnos y hacernos indetectables. El oxígeno también lo generaba la magia.

Sus instalaciones eran inmensas, pensadas para albergar a miles de personas y volverse más grandes con forme las circunstancias así lo requirieran, pero sin ocupar más espacio.

Su planta se asemejaba al perfil de un rosetón, cuyas nervaduras interiores y exteriores constituían los múltiples corredores que daban acceso a cientos de estancias encomendadas a diferentes funciones.

En el anillo exterior se emplazaban las estancias de preparación. Gimnasios pensados para la lucha, salas de simulación, estancias de reuniones y varias armerías con su consecuente sala de pruebas y laboratorio, en los que se testaban toda clase de armas, conjuros y preparados mágicos en fase experimental.

El inmediato interior lo constituían el hospital, pensado para atender a la vez a cientos de heridos en caso de emergencia, pero fundamentalmente enfocado a la medicina de emergencia; la hospedería, múltiples estancias como de hotel que en planta constituían un poblamiento disperso a lo largo de los múltiples pasillos, y en donde se alojaban todas las personas que necesitasen cobijo temporal o permanentemente; la biblioteca, un lugar enorme en donde habían logrado reunir una cantidad bastante decente de manuales sobre magia, distintos métodos de lucha, farmacología y medicina; y las cocinas.

En el último de los anillos del rosetón, el más interior, se confinaba una gran sala de reuniones; salas de ordenadores y tecnología; y el gran auditorio, la sala de juntas, en donde todos se reunían en las ocasiones más solemnes y en donde seguramente en ese momento habría mucha gente esperándome.

Cada uno de los anillos comunicaba con los otros por corredores y también por portales internos que te teletransportaban de una punta a otra de la sede. La estética orgánica de la madera y el muro ventana se mantenía en la totalidad de la construcción, engalanada en algunos lugares por extrañas flores y plantas fotoluminiscentes que por la noche hacían de iluminación de emergencia y parecían desarrolladas artificialmente en alguno de los laboratorios.

El acceso principal a la pax, emplazado en las cercanías de la catedral de St. Andrew, se comunicaba con una escueta sala de recepción en el anillo central. Estaba pensado así para que, en el caso de producirse un ataque o una incursión, lo que era muy poco probable dada la seguridad extrema de los hechizos que protegían la sede, los corredores intercomunicantes de los anillos se blindasen y se suprimiese el sistema de ventilación en esa área, muriendo asfixiados los atacantes.

―¿Cuánto tiempo os ha llevado construir todo esto? ―le pregunté a Han, maravillado por aquella obra de ingeniería mágica, mientras recorríamos con decisión uno de los corredores interiores que nos conduciría directamente al anillo central en donde por fin podría reunirme con mis compañeros, Galius y Alan, quienes me esperaban en el receptorio.

Mi amigo sonrió.

―Algún tiempo ―admitió―. Para cuando yo llegué aquí, hará cosa de 10 meses, el anillo exterior todavía estaba en construcción y tuvimos que poner mucho de nuestra parte. Contamos con la ayuda de ingenieros mágicos de todos los lugares de Atzlán, que ya habían formado parte de la construcción de otros proyectos, y fueron totalmente altruistas en su tarea.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora