CAPÍTULO IX. LA PERDICIÓN DE LA HUMANIDAD

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Saggahzal ass assiel. Saggahzz ass, ass asien.

Me desperté gritando a primera hora. Todavía con aquellas palabras resonando en mis oídos. Ecos perdidos de una lengua que mi traduxa no podía entender y a la que todos mis conocimientos de idiomas escapaban. Aquella voz silbante y misteriosa me hablaba cada noche desde hacía un mes. Y hacía un par de noches en que los sueños se habían vuelto más vívidos. Como si un túnel del terror me poseyera cada vez que cerraba los ojos. Y aquel olor a azufre se volviera más intenso y atroz con cada noche que pasaba.

Desde que la figura de Adamahy Kenneth había irrumpido en mis visiones la paz se había desvanecido por completo. Y Galius me había dado la espalda en rotundo. Harto de mi egoísmo. Harto de que una y otra vez me demostrase incapaz de hacer las cosas como se esperaba de alguien como yo.

Alan subió a toda prisa el pequeño tramo de escaleras que separaba el sofá, ahora su cama, de mi modesto dormitorio en la buhardilla.

― ¿Eliha otra pesadilla? ―preguntó, preocupado al verme jadear sentado en mi cama.

Suspiré.

―No son pesadillas, ya lo sabes ―contesté tratando de respirar.

― ¿Tienes su nombre?

Mi corazón se encogió.

Negué.

―No lo tengo ―suspiré―. O puede que lo tenga, y ni siquiera lo sepa porque no entiendo nada de lo que esa condenada intenta decirme.

― ¿Quizás Galius...?

―Galius no entiende nada ―respondí molesto, levantándome de la cama y comenzando a vestirme.

―No entiendo que ahora...

―Es él el que no entiende ―terminé.

Se hizo el silencio y Alan solo bajó las escaleras.

― ¿Llegas al miting? ―preguntó desde abajo.

Al cuerno. El maldito miting.

Me terminé de poner los pantalones saltando, me calcé las botas sin atar y bajé a toda prisa las escaleras, de un salto desde arriba, obviando los escalones.

Agarré mi mochila y eché a correr.

― ¡Olvidas desayunar! ―Me regañó asomándose desde la puerta trasera por la que había tomado costumbre de salir ya que en el último mes siempre había algún imbécil del pueblo dispuesto a abuchearnos a cualquiera de los dos cada vez que salíamos por delante. Incluso la habían emprendido a huevos con la fachada principal en un par de ocasiones.

La gente del pueblo cada vez entendía menos, y desde que mi figura se hizo pública muchos habían demostrado de forma abierta su intransigencia.

No respondí.

― ¿Te espera Luca con la caravana o...?

Eché a volar convertido en una antorcha humana y liberando al jodido bicho como montura.

Solo alcancé a escuchar a lo lejos un "No sé para qué pregunto":

***

Para cuando llegué volando hasta The Rocks, aquello estaba abarrotado de gente. Una manifestación avanzaba por las calles de forma pacífica. Y en ella se juntaban seres de todas las razas, pobladores de la ciudad de Sydney por igual derecho que cualquier humano, junto con todos ellos, que habían acudido a la llamada de la Pax para realizar el miting más multitudinario de todos. Era jornada de reflexión, pero la Pax no era un partido político, así que podíamos permitirnos aquel despliegue de medios para intentar rescatar a todos los indecisos que pudieran garantizar que los humanos no emprendieran la caza de brujas en Australia.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora