Bienvenidos seas, y que nunca mueras

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3, 2, 1...

Y estaba dentro.

Respira, me dije, recuerda respirar. Inhalaciones lentas y aguanta el aire para evadir tu mente de todo pensamiento. El tiempo ha de pasar rápido para tus movimientos, y detenerse dentro de tu cabeza.

Era la última fase de una simulación 11. El nivel más alto al que un cazador se pueda enfrentar, más allá de la pena insurreccional, que es una simulación 12.

No sé si os he explicado alguna vez lo que es esto.

Sencillo. Una microdimensión programada con magia para enfrentarte a 11 niveles diferentes de dificultad extrema en la lucha. Lo llaman simulación porque es real, pero puede detenerse a antojo de quien la controla, por ejemplo, cuando la persona que la enfrenta está a punto de morir.

A ciencia cierta creo que simulación es un término mal escogido, pero los pueblos no lograron encontrar otro vocablo en la lengua común capaz de designar ese concepto para que lo entendieran todos.

¿Qué diferencia a una 11 de una 12?

Ésta última no se detiene, y su nivel de exigencia es imposible de superar hablando en datos estadísticos, dado que ha sido durante miles de años la pena de muerte en la mayoría de dimensiones no humanas que existen bajo el cielo. Nadie ha superado jamás una. Y el premio por hacerlo sería el indulto, así que imaginad lo seguros que están los gobiernos de su eficacia.

Una 11 es una forma bastante inusual de entrenamiento, dado que la mayoría de los rastreadores solo llegan a enfrentar una 10 en el último curso de sus estudios universitarios. Pero para mí no era sino un requisito necesario para completar las expectativas de mi entrenamiento.

Llevábamos tiempo preparando un gran reto, y en las últimas semanas Galius había acelerado sus enseñanzas al límite de ponerme contra las cuerdas cada minuto de nuestras interminables sesiones de preparación.

A mi alrededor arena y un graderío enfervorizado de seres de todas las clases clamando por mi destrucción. El cielo azul languideciendo a la noche y las antorchas encendiéndose.

Frente a mí lo único que me separaba de completar ese reto. El que muy pocos seres sobre la dimensionalidad habían completado y al que Galius y yo habíamos acordado exponerme. Y todo cuanto restaba era él. Un jodido dragón al que debía matar limpiamente o dejar fuera de combate el tiempo suficiente para subir las escaleras hacia el pebetero central y prender el fuego de la victoria, que marca el final de toda simulación.

Un dragón puede ser una criatura noble en función de cuál sea su elemento, y claro está, cuál sea el tuyo. Se trata del animal de mi oráculo, el menos común de los cuatro que existen, y una conexión especial siempre te une a él. Nunca sería capaz de matarle, aunque fuera limpiamente, porque mis principios como ser me lo impiden, aunque esté al borde de la muerte. Era una de las razones por las que rezaba para que ningún dragón se liberara en Pangea. Primer punto, desconocía cuál era el elemento de esos dragones y, por ende, si sería capaz de enfrentarlos y, segundo punto, no dejaban de ser criaturas a las que por principios nunca podría matar.

La correcta manera de saldar esa lucha se reduciría siempre a "los dos, o ninguno", tanto para vivir como para morir.

Sabía que mi única opción real era que su elemento fuera el fuego, y llegado el caso, conseguir ganarme su respeto.

Lo único que se me ocurrió distaba bastante de lo que hubiera pasado por la cabeza de cualquier otro ser en el universo que se plantee sobrevivir a una lucha.

Caminé con decisión, derecho hacia él.

Sus bellas escamas, imposibles de atravesar con cualquier arma que hubiera podido poseer, devolvían el reflejo de la lumbre de las antorchas, y se asemejaban a una cuidada armadura de cristal.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora