Mientras la perdía

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A mi llegada a Ocklahoma City el panorama que encontré fue desolador.

Volaba siguiendo el rumo que el hechizo localizador me indicaba, y tratando de derribar con fuego cada horda de murciélagos que divisaba.Esos bichos odian el fuego. 

Yo me desmaterialicé en una de las calles, cerca del punto indicado por el localizador. Y estallé en llamas arrasando con todo a mi alrededor y librándome de otras dos o tres bandadas.

Eran murciélagos muy grandes, del tamaño de buitres, y muy agresivos. Con hileras de afilados dientes capaces de engancharse en la piel, y de los que era difícil deshacerse.

Mantuve en todo momento el fuego prendido, ardiendo en toda la superficie de mi cuerpo. Y eché a correr siguiendo la luz del localizador.

Los cadáveres se contaban por centenares, y había que saltar para esquivarlos. En unas horas comenzarían a despertar y sería imposible encontrar supervivientes en apenas dos días. Tenía que haber varios portales abiertos en ese momento conectando con la sede de la Pax en su País. Habría sladers desplegados por el perímetro, intentando guiar a los supervivientes hacia los portales.

A la segunda manzana torcí a la izquierda. Me di de bruces con un edificio en llamas. Todos los cristales estaban rotos, y había un grupo de gente arremolinada en torno al portal. Una gran horda de murciélagos se les venía encima. Y el rastro de cadáveres en el suelo era considerable. En ese momento me sorprendió la silueta de un pájaro azul iridiscente volando abriéndose paso entre ellos. Los reprendía con una magia que nunca había visto, pero sin demasiado éxito.

Supe que allí estaba ella.

Justo en primera línea, arrojando flechas e intentando proteger a aquel grupo de personas que no serían más de quince.

Tomé aliento y corrí, esparciendo fuego a mi alrededor. Lo arrojé a ráfagas directo hacia todo murciélago que divisaba. Para cuando llegué me coloqué junto a ella, mirando hacia atrás, más allá del grupo de personas que allí nos encontrábamos. Levanté una pared de fuego detrás de nosotros, para salvaguardar la retaguardia, y me coloqué en un flanco. Adamahy Kenneth por fin reparó en mis ojos. Estaba más que dispuesto a luchar o morir hombro con hombro junto a la persona que amaba. Había demostrado un coraje excepcional.

― ¿Qué haces aquí, Eliha? ―preguntó preocupada. Sus ojos eran distintos ya en ese momento. Supe que algo grave había pasado. Estaban anegados en lágrimas y la rabia se condensaba en su rostro, serio e implacable.

Disparó una flecha explosiva que me pasó a unos milímetros de la oreja. Atinó de lleno en el corazón de un murciélago que estaba en el centro de una gran horda. Todos estallaron y se volvieron cenizas.

Yo apunté hacia lo alto, por donde llegaba otra de las hordas. Y los hice arder con la rabia ardiendo en mi corazón.

―No iba a dejar que la mujer que amo pelease sola ―sonreí, y asentí.

Estoy seguro de que aquella sonrisa que me devolvió fue la más difícil de su vida.

―Lo siento yo no...

No terminó porque apuntó directa a otra bandada, esta vez a su izquierda, y de nuevo acertó. Yo hice lo propio con otras dos mientras los cánticos de Gaolm resonaban como un eco entre los edificios en llamas. Podía divisar desde rabillo del ojo cómo él neutralizaba a un par de bancos más, volviéndolos cenizas.

―No podías dejar a tu familia ―atajé. mientras tanto hice arder a otra horda entera que llegaba desde el chaflán de un edificio aledaño. Por un instante contemplé cómo caían a plomo y se desintegraban entre las llamas con ese característico chillido―. Hiciste lo correcto ―atajé.

No podía culparla por hacer lo mismo que yo había hecho. Habría sido un hipócrita.

― ¡Dicen que hay abierto un portal en Myriad Botanical Gardens! ―explicó un señor, tratando de dirigirse a nosotros. agachó la cabeza mientras una horda de murciélagos que nos pilló desprevenidos se acercaba más de la cuenta. Amy los neutralizó con otra de sus flechas.

Pero se le estaban acabando.

Hice un hechizo a su carcaj para que las flechas se repusieran de forma automática.

― ¡Ahora puedes disparar las veces que quieras, Aymms! ―atajé―. ¿Eso está lejos de aquí? ―Le pregunté al señor.

― ¡Estamos en Hudson Ave! ―respondió el hombre― ¡Solo hay que bajar la calle, pero llevará un rato!

Visualicé la dirección y conjuré un localizador.

―Vamos a correr, ¿Estás de acuerdo? ―Le pregunté a Amy.

Me observó con decisión, y asintió.

―Lo estoy ―respondió―. Por favor cúbreme ―Me pidió, yo obedecí, dando fuego a un par de hordas más―. ¡Escuchen! ―pidió―. ¡Mamá esto es importante, reacciona! ―suplicó, girándose un momento hacia una mujer rubia que abrazaba a una cría de trece o catorce años. La niña lloraba desconsolada― ¡Tenemos que irnos!, ¡Vamos a correr hacia el Botanical! ―anunció― ¡Allí está el portal!, ¡Es el más cercano, y el hechizo que Eliha ha formulado nos guiará hasta él!, ¡Cuando lo crucemos estaremos a salvo!, ¡Pero tenemos que movernos de aquí ahora!, ¡No van a dejar de venir!

Todo el mundo asintió.

En ese momento y de reojo reparé en la apariencia de su madre. De similar estatura a la de Amy. Una mujer hermosa, con quien su hija guardaba un gran parecido. No paraba de llorar.

En ese momento entendí en parte porqué.

―Yo iré detrás, y Eliha delante ―resolvió con decisión Adamahy Kenneth―. Pero debemos ser rápidos y no dividirnos. Todo el que se aleje del grupo no llegará al portal, ¿Todos lo entienden? ―inquirió.

Hubo un asentimiento general.

Sentía el olor de la muerte y del miedo por todas partes.

Aquel sitio era una ratonera. Y dentro de unas horas lo sería aún más.

Después Amy se giró y asintió. Se colocó detrás, frente al muro de fuego que yo había levantado.

***

Y yo comencé a avanzar, todos siguiéndome. Lo más rápido que pudimos.

Encontramos el portal. Y llegamos a un perímetro más seguro, en donde otros sladers condujeron a todas las personas del grupo al interior de aquella luz azul.

Los últimos fuimos Amy y yo. Recuerdo que frenamos ante el portal, y ella volvió la vista atrás. Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Y yo la abracé.

A lo lejos se divisaba el perfil de los edificios, y el humo saliendo de gran parte de la ciudad. Apenas llegaban personas corriendo hacia el portal, y un gran reguero de cadáveres se extendía allí donde posases la vista.

― Tu hermana mayor... ―aventuré después de todo.

Me observó mientras sus ojos se quebraban, aunque todavía trataba de mantener la entereza.

―No lo logró ―admitió con un hilo de voz―. Pero pronto la veré ―admitió.

Solo en ese momento reparé en algo que se me había pasado por alto, y que congeló todo rastro de circulación en mis venas.

Adamahy Kenneth levantó su manga ensangrentada y mostró su antebrazo, con varias mordidas cuya hemorragia había tratado de detener con un torniquete improvisado bajo la manga, y los rastros negros del veneno extendiéndose por su cuerpo.

―Pepper habría muerto también ―admitió, mientras su cuerpo comenzaba a temblar y una leve sonrisa elevó sus comisuras, observándome todavía con lágrimas en los ojos.

En ese momento Adamahy Kenneth se desplomó y no pude hacer otra cosa que sostener su cuerpo entre mis brazos, y cruzar el portal junto a ella, mientras la perdía poco a poco, sintiendo cómo yo también me volvía pedazos.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora