Armamento letal y secretos inconfesables

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Noko sonrió y tomó en sus manos algo parecido a una estaca. A primera vista no parecía ser nada del otro jueves, y yo ya tenía a Sandy, a quien no iba a cambiar por nada del mundo ya que en lo que se refiere a matar vampiros me considero más tradicional.

—Yo ya tengo una estaca —concluí—. Se llama Sandy.

Me observó con los ojos como platos.

—Ignoro porqué tienes la manía de nominar tus pertenecías, pero te aseguro que esta estaca es más apta para matar que ese viejo trozo de madera.

¡Ultraje!

—Si fueras un demonio te mataría simplemente por lo que acabas de decir, como eres humano y pretendes ayudarme deshecho la opción —farfullé—. Pero vengaré este ultraje.

—Tiene un depósito de agua bendita —sonrió complacido por mi réplica—. Se inocula tan pronto atraviesa la piel del vampiro. Así, si no aciertas en el corazón de primeras lo volverás cenizas de igual manera.

Abrí los ojos como platos.

—Deduzco que es recargable —ataje entornando los ojos.

Asintió.

—Deduces bien para ser un profano.

—¿Podría encantar ese depósito para que su reserva de agua bendita fuera mucho mayor?

Me observó confuso.

—Supongo —admitió—. No se me había ocurrido.

—De todas formas, no desecharé a Sandy —concluí—. El arte de matar cuerpo a cuerpo no conoce trampas y es una tradición ancestral para los cazadores que no espero que terminéis de asimilar, y tampoco no es apto para vosotros. Si alguna vez tenéis que acompañarme cada uno llevará una como esa encima, pero solo por si acaso se llega al extremo de tener a un vampiro encima. El resto de vuestro trabajo tendrá que basarse en la puntería porque no quiero que os acerquéis lo suficientemente a ninguna de esas criaturas, ¿Está claro?

Asintieron.

—Claro cristal. Aunque nunca comprenderé como matar puede ser una tradición ancestral —terció Noko riéndose.

—A eso es a lo que me refería. Pero si lo que digo queda claro me conformo.

—Claro cristal blindado —concluyó Miriam.

—También, en el caso, bastante improbable, de que al final cediera y os dejase acompañarme —maticé—. Me gustaría saber si es posible que desarrolles alguna clase de traje antibalas o anticuchillos... y un botón de emergencia que me permita saber si alguno está en problemas.

Noko sonrió complacido.

—No pensé en el botón, pero no me preocupa porque eso tendrá fácil arreglo —aseguró—. Pero para tu suerte lo del traje lo había contemplado, a decir verdad, creo que fue lo primero que desarrollé —sonrió, tomando una tela que parecía un mono de trabajo algo ceñido—. Dame un momento y te lo mostraré.

—Para gustarte mucho Marvel no parece que te hayan inculcado gran cosa —se burló Miriam un par de minutos después, mientras observábamos cómo Noko se veía ridículo enfundado en aquel mono gris que parecía sacado de una peli de estriptis.

La diferencia principal era el público. En la peli, de acuerdo con el imaginario humano, una multitud de mujeres en éxtasis y cargadas de feromonas liberadas ante la futura unión en nupcias de una de ellas, quien seguramente llevaría un pene de plástico en la cabeza, se agolparían entre chillidos ante un escenario cutre de motel de carretera en el cual un chico como Noko se vería bastante ridículo, contoneándose y agitando su desproporcionado miembro viril para terminar de caldear el ambiente. Después la chica con el pene en la cabeza le arrancaría el mono gris a bocados para después ponerle los cuernos a su prometido y olvidar el suceso agarrando una sobredosis de tequila.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora