En cada cosa que amamos

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Mientras se apoderan de esta ciudad, deberían preocuparse.

Pero dejando aparte los problemas,

creo que te enseñé, bueno, que no correríamos.

Y no correremos.


Y en el cielo nocturno del invierno navegan barcos

que miran hacia abajo,

sobre las brillantes luces de ciudad azules.

Y no esperarán, y no esperarán, y no esperarán,

Estamos aquí para quedarnos


Los fantasmas que aúllan reaparecen

en las montañas apiladas sobre el miedo,

pero tú eres mi rey, y yo tu corazón de león.


Su corona tapa el camino, mientras nos movemos despacio.

Nos sorprendemos por todo lo que quedó atrás.

Aunque muy lejos, aunque muy lejos, aunque muy lejos,

Todavía somos los mismos.


Los fantasmas que aúllan reaparecen

En las montañas apiladas sobre el miedo,

pero tú eres mi rey, y yo tu corazón de león.


Y en el mar, que está pintado negro,

Nos acechan criaturas bajo la superficie.

Pero tú eres mi rey, y yo tu corazón de león.


Y mientras el mundo llega a su final,

yo estaré aquí para sujetar tu mano.

Porque tú eres mi rey, y yo tu corazón de león.

(Lionheart, Of Monsters and Men)

Aquellas palabras cantadas se extinguieron con unos pasos que se alejaban de mi dirección, y el sonido de una puerta.

Con su eco todavía resonando en mis oídos, conseguí abrir los ojos, movido por el extraño influjo que ese perfume despertaba en mi pituitaria. No lo habría podido olvidar ni en un millón de años.

A mi alrededor encontré una habitación de hospital vacía, en la que todavía flotaba el aroma de Adamahy Kenneth.

Hubiera querido alzar la voz y gritar, por si era capaz de escucharme y regresar. Porque ella era lo único que quería ver. Pero la voz no me salió.

Traté de incorporarme. Estaba tendido en una cama nido de hospital, incrustada en un ventanal en la pared. Todo a mi alrededor era madera, y las vistas daban a un piso muy elevado, desde el que tenía una visión privilegiada del lugar más hermoso que para mí existía bajo el cielo.

Era la ciudad de Áyax, y sus grandes torres, entrecortadas por bancos de niebla y por los primeros copos de la nieve que comenzaba a caer. El tráfico aéreo, como de costumbre, no se detenía. Pero la vegetación crecía implacable en las azoteas y las gruesas paredes de madera de los edificios erectos en el centro de la ciudad.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora