Políticamente incorrectos

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Asentimos e iniciamos la inmersión.

Bajo el agua todo estaba en paz en el arrecife, salvo ese comportamiento extraño de los animales, empeñados en guarecerse como si un peligro inminente acechara en medio de un océano que parecía en paz, pero no se sentía en paz. A veces realmente pienso que los animales son más inteligentes que la mayoría de los humanos que pisarán jamás la tierra. Estáis todos locos, y a los hechos me remito.

Buceamos varios kilómetros y el océano se volvía oscuro bajo nuestros cuerpos conforme la profundidad aumentaba. Dejándonos indefensos ante la inmensidad, la belleza de lo sublime se apoderó de una realidad que nos hacía sentirnos insignificantes en el universo. A veces, cuando pienso en el océano, imagino el cosmos, y me visualizo en él como un astronauta ante la inmensidad del vacío, mecido por el frío y la soledad.

Pero no estábamos solos.

Una media hora después llegábamos hasta aquel amasijo de cadáveres que flotaba a la deriva viajando hacia la costa impulsado por las fuertes corrientes del Pacífico.

Nunca había visto un tiburón fuera de la pantalla de un televisor, pero cuando Miriam tiró de mí para apartarme hacia atrás y evitar que un gran blanco me partiera en dos para arrancar de cuajo la mitad del cuerpo de un delfín que flotaba muerto entre toda aquella barbarie el corazón estuvo a punto de estallarme.

Era difícil verlos ya que parecían aflorar desde las profundidades más oscuras hasta la superficie como torpedos, y hasta que no los tenías prácticamente encima eras incapaz de verlos llegar.

El repelente funcionaba, porque ninguno mostró señal alguna de habernos visto, de lo contrario ninguno de nosotros habría salido con vida de aquella tumba acuática. Miriam se centró en grabar todo lo que veíamos, y yo en averiguar cuándo debíamos apartarnos con urgencia de un cuerpo porque estaba a punto de ser devorado.

Más allá de toda clase de tiburones, incluso tiburones comiendo restos de tiburones muertos, que eran muchos, por cierto, no pude ver nada más. Los cuerpos ya se alejaban del talud, mecidos a la deriva hacia la costa, y seguramente lo que quiera que los hubiera matado se encontraría ya muy lejos de ese lugar. No podía oler bajo el agua, así que, lo quisiera o no, me sería imposible rastrear su presencia y pasada una hora y media decidí que era el momento de desistir.

Como estábamos muy lejos del punto de partida opté por la opción de desaparecernos. Le hice un gesto a Miriam para salir a la superficie.

—Creo que ya está, tenemos suficiente metraje —concluyó.

—Eso te iba a decir, vamos a desaparecernos porque estamos demasiado lejos de la cala y tenemos que volver a buscar a Noko —concluí.

Ella asintió.

—Conforme —secundó— ¿Cómo lo hacemos?

—Nos sumergimos, agarras mis manos y cierras los ojos. El resto déjamelo a mí —expuse— ¿Preparada?

—Preparada —confirmó.

Nos sumergimos.

Yo quedé mirando hacia lo más profundo del océano, donde se recortaba el linde de la abrupta bajada que conducía a la fosa abisal... y fue entonces cuando me pareció ver un reflejo plateado devolviendo la luz hacia la superficie en algún lugar de aquellas profundidades, alejándose de la costa, y adentrándose en la oscuridad como todos los secretos que guarda el océano.

La cámara no lo grabó, pero aquel frío se grabó en mi interior.

Sabía que lo que quiera que hubiera causado aquello había estado muy cerca de nosotros y se alejaba poco a poco, adentrándose en aguas que mis sentidos no podían rastrear.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora