Tienes que decirme tu nombre

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PD: Al "comentario de la semana" le dedico el próximo capítulo. Para lectores que no comentan habitualmente, me vale con decir hola ;D

El de la semana pasada (aunque todos fueron geniales), fue cortesía de CyeMcys

"Mas bien ChupaMejoresMomentosDeLaHistoriaAguafiestasMuerete!!!!!" 

¡Gracias por votar y comentar y por seguir leyendo aunque esta historia parezca que no acaba nunca! 

Juro que tiene un final. Y le será dado con este libro. (Bomba de humo y también se admiten apuestas si queréis :D )

¡Feliz Semana!

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Escogí ese instante para precipitarme al vacío, y mi cuerpo dio de bruces con la ceniza.

Me encontraba en mitad de un bosque de árboles muertos bajo un cielo por completo rojo, al que solo matizaba la inmensidad de una tormenta de nubes negras. La lluvia ácida quemaba mi piel y caminaba sin rumbo.

Llegué a un palacio gris. Era el lugar más aterrador en el que jamás hubiera estado. Sentía mi corazón latir a más velocidad de la que era capaz de sostener por más tiempo. Cabezas cortadas momificadas ensartadas en doce péndulos de doce inmensos relojes de caja tallados en la roca de las pilastras que erigían una estancia en donde las baldosas componían un infinito tablero de ajedrez.

Zombies. 

Un ejército de guerreros zombificados persiguiéndome en una carrera que nunca podría ganar a través de aquel bosque sin vida en donde mis pies levantaban a su paso polvo y ceniza. Caía ladera abajo.

Una inmensa explanada de árida tierra y ceniza, cuarteada en ríos y cercos de lava. Abruptos. Mis pies los saltaban, corriendo a la desesperada. El rugido de los caballos tras mis pisadas, relinches fantasmagóricos, y el ácido quemando mi piel bajo la tormenta más brutal que mis ojos hubieran presenciado. Tratando de cerrar los ojos para evitar quedarme ciego. Saltando más allá de donde mi aliento me permitía. A escasos metros de verme cercado.

Un puente roto.

Abruptas montañas que me obligaban a escalar un cráter hacia la inmensidad. Y en la inmensidad un viejo cementerio. Armas de todas las clases. Y una voz silbante. El viento caliente de los cráteres en erupción a mi alrededor. Y una vieja espada con una empuñadura forjada. Mis manos rascaban la vegetación muerta de la roca dejándose las uñas para intentar encontrar su nombre. Pero la letra no se podía leer.

Y desaparecía.

Y gritaba.

"¡Maldita seas tienes que decirme tu nombre!" —supliqué.

Y grité.

Y desperté en mitad de la clase de escultura chillando "Maldita seas tienes que decirme tu nombre".

Mi angustia era tal que tardé unos segundos en reaccionar y asumir que había sido un sueño, que no era real, y que ahora me hallaba en mitad de la clase de escultura, en donde mis compañeros no podían parar de reír porque me había dormido encima de mi bloque de barro de doce kilos. Sí, habéis leído bien, esa es la materia prima en una clase de escultura y con menos de doce kilos no tienes ni para empezar si quieres hacer algo de mediana envergadura y que merezca un poco la pena.

Risas. Me incorporé tratando de disimular, pero ya era tarde.

—¿Has vuelto a elegir mi clase para quedarte dormido, Dakks? —se quejó mi profesora, más indignada que enfadada por lo que acababa de suceder— ¿Tanto te aburre la escultura?

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora