Capítulo 5: La sombra del Nuevo Imperio, 2nda parte

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Capítulo 5: La sombra del Nuevo Imperio, 2nda parte



Bosques de Felden, Kromgard, 14 de diciembre de 1808 CIS (Calendario Imperial Solar) – 11 años antes



—¡¡Un jabalí blanco!! ¡¡Es un maldito jabalí blanco!! ¡¡En marcha!!

Los cuernos sonaron en mitad de la tormenta de nieve cuando, en la lejanía, perdido entre los árboles, alguien divisó los ojos rojos del animal. Se oyeron gritos, alguna que otra ovación y, de repente, todos salimos al galope con el príncipe Doric Auren a la cabeza.

Luminara y yo cabalgamos con rapidez, saltando por encima de los troncos caídos y de las raíces medio enterradas en la nieve, sin haber llegado a ver la ansiada presa. Seguíamos al grupo desde uno de los flancos, muy cerca de donde cabalgaba el pretor Mael Morven, con el que había estado charlando largo y tendido la última hora. Simplemente nos dejábamos llevar... o al menos lo hacíamos al principio. La tormenta de nieve empeoró de golpe, mucho más rápido de lo que cabría esperar, y para cuando quise darme cuenta, avanzábamos prácticamente a ciegas...

Nos adentramos en una pendiente pronunciada. Unos metros por delante, oía el galopar del resto de caballos. Los gemidos de esfuerzo de los jinetes, el relinchar de sus monturas...

Y de repente, el silencio. Luminara se frenó en seco y yo salí propulsada de la silla, cayendo a los pies del gran árbol que la había frenado. Me hundí varios centímetros en la nieve.

—¿Pero...? —susurré, aún demasiado aturdida para saber qué estaba pasando—. ¿Pero qué ha pasado?

Dolorida, me incorporé con lentitud y permanecí sentada unos segundos, asegurándome de no haberme roto ningún hueso. La caída había sido muy fuerte, pero por suerte estaba bien. A continuación, sintiendo ya el frío filtrarse en mi ropa y calarme los huesos, me levanté y acudí al encuentro de Luminara, para coger las riendas de mi montura y volver a subir. Antes de alcanzarlas, sin embargo, algo me detuvo. Ante mí, mirándome con grandes ojos rojos en mitad de un rostro velludo, surgido de la propia ventisca, el jabalí blanco me observaba. Me acechaba.

Me vi a mí misma bañada en sangre, reflejada en sus ojos.

Sentí que el corazón se me desbocaba en el pecho. Acerqué lentamente la mano hacia mi carabina, la cual se había quedado enredada en las cinchas de la silla, rezando para que el animal no reaccionase... pero no lo conseguí. El jabalí cargó.

—¡¡No!!

No recuerdo cómo lo hice, pero un disparo resonó en el bosque. El jabalí emitió un sonido gutural al ser alcanzado por un tiro certero entre los ojos, pero siguió avanzando. El impulso de su avance era tal que ni tan siquiera la muerte pudo frenarlo. El animal salió propulsado sobre mí, sin darme tiempo a apartarme, y se derrumbó, enterrándome en la nieve bajo varias decenas de kilos de carne y pelo.

Grité desesperada al sentir el frío y la sangre empaparme. Por suerte, había logrado alejarme lo suficiente como para que no me aplastase el pecho. De lo contrario a aquellas alturas ya estaría muerta o peor aún, condenada a morir asfixiada.

—¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!! ¡No puedo moverme! ¡No puedo...!

Grité durante unos minutos más, pero nadie acudió a mi rescate. Perdida en mitad de la ventisca de nieve, dudaba incluso que alguien me escuchase. Estaba sola. Totalmente sola.

Nyxia De ValefortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora