Capítulo 16: El cronista

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Capítulo 16: El cronista



Sacramentum, 18 de enero de 1.809 CIS (Calendario Imperial Solar) – 10 años antes



Luther forzó la cerradura de la puerta y yo me adelanté, internándome en una fría habitación en cuyo interior había dos personas. La primera de ellas era un norteño de larga cabellera rubia que en aquel preciso momento estaba dejando una bandeja con comida sobre una mesa. Sorprendido ante mi inesperada aparición, el guerrero volvió la mirada hacia mí, dispuesto a desenfundar el arma que cargaba en el costado. Antes de que lo hiciera, sin embargo, me abalancé sobre él con el cuchillo entre manos y lo hundí en su garganta, silenciando su grito. Ambos caímos al suelo, él intentando forcejear en sus últimos segundos de vida y yo tratando de inmovilizarlo, hasta que finalmente murió. Una vez con la amenaza neutralizada, miré a la segunda persona que había en la sala: Florian Gelt.

Sentado en el borde de la cama y con la mirada perdida, mi decurión no fue consciente de lo que estaba pasando ni de mi presencia hasta que me arrodillé frente a él y lo sacudí por los hombros, primero con suavidad y después, al ver que no reaccionaba, con tanta fuerza que estuve a punto de derribarlo. Por suerte, antes de que perdiese el equilibrio, Florian parpadeó y volvió en sí.

Clavó su mirada en mí.

—¿Nyxia...? —dijo dubitativo, con apenas un hilo de voz—. ¿Nyxia, eres tú?

—¿Quién si no? —respondí y me abalancé sobre él cuando abrió los brazos para abrazarme—. ¡Sol Invicto, decurión!, ¿estás bien? ¿Qué te han hecho?

Luther Valens aprovechó nuestro reencuentro para coger el vaso de agua de la bandeja y acercárselo a la nariz para olerlo. Arrugó el entrecejo con desagrado.

—Le están administrando Salma del Sueño —me advirtió—. Es una droga bastante suave pero muy efectiva. ¿Hace cuánto que bebiste por última vez, Florian?

Aún visiblemente aturdido por los efectos de la sustancia, el decurión desvió la mirada hacia la sombra de oscuridad que era Luther y frunció el ceño.

—¿Pero qué...?

El pretor dejó el vaso sobre la bandeja y se acercó a la cama, donde me pidió que me apartase. A continuación, plantándose frente a Florian, le levantó el mentón para comprobar sus pupilas. Apoyó la mano sobre su frente para asegurarse de que no tuviese fiebre y, de repente, sin darme opción a reaccionar, le cruzó la cara de un fuerte bofetón.

Florian cayó sobre el colchón, fulminado.

—¡¡Eh!! —grité.

Y aunque traté de abalanzarme sobre él para hacer algo que ni tan siquiera yo sabía, Luther me lo impidió. El pretor me inmovilizó con insultante facilidad cogiéndome por las muñecas y me apartó de un empujón. Inmediatamente después, llevándose un dedo a los labios, me ordenó silencio.

Al otro lado de la puerta un grupo de tres personas cruzaron el pasadizo a la carrera.

—Cállate, ¿es que acaso quieres que nos descubran? —me advirtió en un susurro—. A tu amigo no le pasa nada: solo necesitaba espabilar.

Luther no se equivocaba. Tras recibir el que probablemente sería el bofetón más doloroso de su vida, Florian se incorporó mucho más despejado. Nos miró a ambos con los ojos muy abiertos y farfulló una maldición entre dientes mientras se levantaba. Tenía la mejilla colorada e hinchada, palpitante, pero volvía a ser él.

Nyxia De ValefortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora