Capítulo 12: El Eclipse

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Capítulo 12: El Eclipse



Campamento de la Legio Vulcana, 16 de enero de 1.809 CIS (Calendario Imperial Solar) – 10 años antes



—Ordenaré la reparación de tu strider de inmediato, De Valefort. Te necesitamos operativa para Sacramentum.

—Se lo agradezco, legatus.

—Ahora descansa, ¿de acuerdo? Duerme unas horas al menos, te irá bien.

Me despedí del general Kaspar Orsini con los ojos llenos de lágrimas de agradecimiento. Magnus, que se encontraba a mi lado curándome las heridas y los cortes que me habían provocado los cristales de mi propio strider al romperse la cabina, decía que aún seguía en shock: que incluso en aquel entonces, una hora después del fin de la batalla, no me había recuperado, y puede que tuviese razón. Había visto la muerte tan de cerca que me costaba pensar con claridad. Por suerte, cuando ya estábamos sentenciados, el cuerno de batalla de la VI Cohorte había sonado como un trueno en pleno combate y la caballería de Ballaster había acudido a nuestro rescate.

Nos habían salvado la vida.

Y mientras que Orsini y sus striders combatían ferozmente al enemigo, Doric Auren se había enfrentado en combate singular a Alaric, el general de los Tigres de Hielo, arrebatándole la vida en un enfrentamiento que, según decían, había sacado lo mejor del heredero al trono.

—Pues esto ya está, Nyxia —sentenció Magnus, acuclillándose frente a mí para dedicarme una amplia sonrisa reconfortante—. En unos días las heridas habrán sanado.

—¿Y por qué las tuyas han desaparecido ya? —pregunté con curiosidad—. Estás sucio a rabiar pero en tu cara no hay ni un arañazo.

—Lógico, ¿te olvidas que soy un pretor? —dijo con solemnidad, petulante. El agente de la Casa del Invierno se puso en pie y me miró desde lo alto—. ¡Esto no ha sido nada para mí! Podría combatir mil batallas más que seguiría en plena forma.

—Ya, claro...

Y aunque quise no reírme, pues sabía que aquel arrebato de arrogancia buscaba otra reacción, probablemente impresionarme, no pude evitarlo. Me dejé caer de espaldas a la nieve, con el cuerpo ahora lleno de vendas y de curas, y durante largos segundos reí con ganas, sintiendo los cálidos rayos del Sol Invicto calentar mis mejillas.

Aún me costaba creer que hubiese logrado salir con vida.

—¡Nyxia! —escuché que refunfuñaba.

Pero lejos de enfadarse, Magnus se dejó caer a mi lado y me acompañó durante los siguientes minutos, llenando el silencio con su mera presencia. Tomó mi mano cuando se la tendí y permanecimos en el exterior de la tienda médica largo rato, escuchando en la lejanía el retumbar de algunas de las palabras del discurso que en aquel entonces Doric Auren daba a sus tropas.



—Tú eres la del strider del estandarte de la pantera, ¿verdad?

Una hora después, cuando ya las fuerzas poco a poco regresaban a mí, recibí una visita inesperada a la que no di mayor importancia, pues en aquel entonces no era más que una pretor cualquiera de la Casa de las Espadas. Alguien que, irónicamente, con el tiempo acabaría convirtiéndose en mi mayor rival: la usurpadora del trono de albia.

—La misma —dije, apartando la vista de la hoguera que hacía rato que contemplaba para centrar la atención en los dos profundos pozos de oscuridad que tenía como ojos—. Nyxia De Valefort para servirte, pretor.

Nyxia De ValefortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora