Capítulo 26: Un regalo envenenado

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Después de vivir ayer una larguísima jornada de ayer en la que una vez más disfruté como una niña con mi trabajo, hoy vuelvo con una nueva entrega de Nyxia De Valefort... ¡y vengo de muy buen humor! El 2018 ha sido un gran año a nivel profesional, llena de éxitos que ayer celebramos toda la plantilla por todo lo alto... confío en que este 2019 será igual o mejor, y no solo en mi trabajo actual (el principal), sino que también a nivel escritura. Prontito habrán bonitas novedades que apuesto a que os gustarán... AH, y no olvidéis que mañana es San Valentín... así que, como la cosa va de amor, os voy a poner una pequeña imagen que seguro que os sacará una sonrisa ^^

Un beso a todos y feliz San Valentín por adelantado... apuesto a que mañana habrá alguna sorpresa ;)




Capítulo 26: Un regalo envenenado

Palacio de Verano de Delphys, 20 de agosto de 1.811 CIS (Calendario Imperial Solar) – 8 años antes



—Así que es aquí donde te escondes cada noche, ¿eh?

Estaba a punto de quedarme dormida en el suelo, tumbada en la arena con la mirada perdida en el cielo estrellado, cuando la voz de Lucian Auren me sobresaltó. Me incorporé de golpe, arrancándole una risa divertida ante mi repentino sonrojo, y me puse en pie. Ante mí, vestido como nunca le había visto, con ropas de calle, el príncipe Lucian me observaba con una sonrisa jovial en el rostro.

—Perdone, no me había dado cuenta de que estaba aquí.

—Bueno, lo raro habría sido lo contrario, ¿no? Esta cala es privada, el acceso está restringido... en la teoría, claro. —Me guiñó el ojo—. Espero que no te moleste. Paseaba y vi la luz de tu habitación encendida en la distancia. Supuse que estarías despierta.

—Es siempre bienvenido, ya lo sabe.

Parecía otra persona. Sin su uniforme y lejos de su ejército de asesores y guardias, el general parecía alguien tan corriente que costaba reconocer en él al mismísimo Lucian Auren, hermano del Emperador de Albia y general de la Legio Lumina. Sencillamente era Lucian, el mismo Lucian del que decían que en otros tiempos había tenido los ojos encendidos por la luz de la esperanza y no por la sombra que por aquel entonces siempre le atormentaba.

Nos sentamos en la arena, de cara al océano. Lucian había regresado de Hésperos hacía dos semanas y desde entonces nuestra relación había ido estrechándose más y más. Finalizado el entrenamiento con Vorenus, pasaba la mayor parte del tiempo con él, atendiendo sus necesidades y apoyándolo en cuanto podía. El general pretendía convertirme en su mano derecha, en su confidente y consejera, y por el momento ambos estábamos muy satisfechos no solo con los avances, sino con la presencia del otro.

Costaba creer que siendo tan diferentes nos pudiésemos entender tan bien.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de tratarme de usted? Me haces sentir viejo.

—Cierto, cierto... perdona, la costumbre. No es fácil cambiar los hábitos.

—Ya veo, ya. Tienes que seguir trabajando en ello, y más en momentos como éste. Hoy no soy tu jefe, ¿de acuerdo? Al menos aquí, en esta playa, somos iguales.

—¿Iguales? —repliqué con diversión—. ¡Bueno, bueno! ¡Empiezas a pedir demasiado!

Volví la mirada hacia el cielo estrellado y me dejé caer de espaldas en la arena, levantando una pequeña polvareda a mi alrededor. Palmeé el suelo a mi lado, invitándolo a tumbarse conmigo. En sus ojos podía leer las ganas de hacerlo, de acomodarse en la arena y pasar horas perdido en la inmensidad del universo, pero supuse que siendo quien era no querría ensuciarse. Muy propio de gente como él.

Nyxia De ValefortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora