Capítulo 22

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No estaba loca.

—Entonces, él significó mucho para ti. ¿Verdad?

Solté otra enfermiza carcajada.

Estaba en el psicólogo, Alex había insistido en que tenía que recibir terapia después de lo ocurrido conmigo, bueno, con Justin. Me había tirado al suelo y había hecho una escena digna de vergüenza cuando me dijo que tenía que venir, pero no había servido de nada, Alex me había castigado con no salir para nada de la habitación salvo para comer algo, porque ya ni al instituto había regresado.

La verdad era que yo misma había decidido aceptar al final. Fue un día, acababa de discutir con Zoella, ella quería ayudarme a superar el problema y yo le había gritado y la había mandado al carajo, después de cerrarle la puerta de mi habitación justo en la cara, me vi en el espejo del cuarto. Tenía unas orejas de muerte, estaba más delgada, mis pómulos hundidos y ni rastro de rubor en mis mejillas, esa no era yo. Debo aceptar que desde que paso todo el asunto no había dormido bien, apenas comía algo y me pasaba las noches llorando como una magdalena recordando mis momentos con Justin, necesitaba ayuda, y aunque no creía que estas ridículas terapias ayudaran, necesitaba distraerme y salir de casa un poco. En fin, era mi tercera terapia.

—Ya se lo dije. ¿No? Justin fue mi todo y lo sigue siendo. ¡El maldito supo cómo ganarme!— exclame con una risa amarga.

—Pero ya no está Cailin, debes aprender a vivir con el recuerdo de eso, olvídate de lo malo y ve hacia adelante.

—Oh que gran idea, no lo había pensado.— dije sarcásticamente, el doctor solo negó con la cabeza.

Me había convertido en una completa hija de puta, mi temperamento andaba por las nubes y ni hablar de mis ataques de risa estruendosa y enfermiza, esa no era yo, Justin me había lanzado a la mierda, a un poso lleno de mierda, en donde estaba recostada sobre todas las cosas que me dijo, no había mucho aire para respirar y en las paredes estaban estampadas todas las fotos que nos habíamos tomado juntos. Y eran lo único que me quedaba.

—Sé que es difícil.— continúo el doctor.— Pero lograrás hacerlo.

—No lo creo, Justin me envió a la mierda, envió a la Cailin alegre, a la que le encantaba reír, a la despreocupada, envió a su Cailin a la mierda.— le conteste con lagrimas en los ojos.

Joder, dolía demasiado.

—¿Y tú lo odias?

Me lo pensé.

Yo no odiaba a Justin, joder no podía hacerlo, aunque me haya tratado como una basura el día del juicio, aunque solo me haya querido para sexo, aunque solo me haya utilizado. Yo no podía odiarlo.

—No.— susurre apenas audible.

—¿Qué dices?

—Yo no odio a Justin.

—Pero que dices te trato muy mal, que te mintió y...

—Yo no lo odio.— me seque unas lágrimas que se me habían escapado y me senté recta en el sofá.— Yo lo amo.— dije para luego partirme en un llanto amargo.

(*)

—¡Numero 201!— me gritaron los guardias desde la puerta.

Cuando estás en prisión lo pierdes todo, el amor, la sensibilidad y hasta tu identidad. Los guardias no me habían llamado por mi nombre ni una vez desde que había llegado, alguna rara vez me llamaban por mi apellido. Me habían dado un número y con ese me identificarían, era desagradable. Recuerdo como había un pleito días atrás entre dos tipos que accidentalmente les habían dado el mismo número, se habían agarrado a los golpes hasta que ambos escupían sangre, cuando me asignaron mi numero solo rezaba para que no estuviera repetido.

—Hey, Bieber.— me llamo Bill.— Joder, apresúrate o de nuevo nos harán tener lagartijas.— dijo aterrado.

Bill era mi nuevo compañero de celda, después del incidente con el tipo grande de tatuajes nos habían reasignado y yo le agradecía al cielo por eso. Bill no era intimidante, para nada lo era, tenía el cabello más claro que el mío y unos penetrantes ojos cafés, me recordaba un poco a Cailin, aunque Bill era hombre y ya tenía veinte.

—A ver doscientos uno, noventa y nueve, vengan por aquí.— nos indico el guardia. Caminamos por un enorme pasillo y un olor desagradable nos lleno el olfato.

—Que asco, no de nuevo.— susurró Bill y yo reí amargamente, últimamente solo así podía reír.

—Bieber, tú te encargaras de limpiar el lavado y los espejos. Y Miller tú de los inodoros.

—¿Qué?— soltó Bill de repente.— ¡A mí siempre me tocan los putos inodoros!

—No seas niñita Miller, solo has tu trabajo.— le contesto el guardia ya cansado.

—Joder, para ti es fácil decirlo. ¿Has visto lo que nos dan en el comedor? ¡No podemos cagar rosas con esa clase de comida!

Y me eche a reír tanto por el berrinche de Bill como por la cara del guardia.

—¡Pues lo haces y punto! Más vale que para cuando regrese esto ya esté limpio.

Y se fue azotando la puerta.

—Maldito hijo de puta.— susurraba Bill tomando las cosas para limpiar los baños.

—Hey.— lo llame.— Tranquilo, yo terminare rápido y puedo ayudarte luego.— le sonreí.

—Gracias Justin.— me contesto con una sonrisa.

Tome las toallas y los desinfectantes para disponerme a limpiar los lavados, uh los espejos están asquerosos, mejor empiezo por allí.

—Justin.

—Dime.

—¿Qué has pensado acerca del asunto de Cailin?— y mi mano se detuvo en seco mientras me miraba en el espejo.

Dulce Pecado ➳ j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora