Capítulo 34

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Libre.

Justin.

Habían pasado tres días exactamente desde que yo había salido de prisión, tres días libre, pero no parecía.

En mi cabeza no podía estar jamás tranquilo, porque siempre pasaban los recuerdos como fotografías en serie y eso me estresaba. Se supone que tendría que olvidar todo aquello, rehacer mi vida y olvidar a Cailin. Pero era difícil, porque yo no tenía control sobre mí mismo.

Me sentía completamente perdido, sin rumbo y sin ganas de levantarme de encima de toda la mierda en la que había caído y es que necesitaba a Cailin, joder la necesitaba tanto como al mismísimo oxigeno, pero era diferente porque el oxigeno se podía conseguir fácilmente, lo tengo conmigo siempre, pero a Cailin no la tenía y al pensar en ello me daban unas autenticas ganas de irme al rincón más lejano a llorar con autentica amargura, a reprocharme una y otra vez el habernos metido en semejante embrollo porque hacerlo solo en la noche ya no me era suficiente.

Al menos no estaba en la calle. Luke —mi amigo que era policía— había hablado conmigo, diciéndome que me comprendía, aunque fuera de alguna manera retorcida, pero lo hacía. Me había ofrecido quedarme en su apartamento mientras yo decidía qué hacer con mi vida. Había sido muy amable a pesar de todo. Al menos no estaba solo.

Le agradecería a Luke infinitas veces el haberme dado apoyo en esos momentos, pero aunque él me hubiera ofrecido su casa y alimento, aun me faltaba compañía. Me sentía como un niño pequeño cuando Luke se iba al trabajo, porque me quedaba solo, dejando que los demonios en forma de pensamiento invadieran toda mi mente terminando siempre tendido en la cama y llorando por algo que jamás regresaría a mí.

Mi Cailin, mi ángel, mi vida.

(*)

Alex.

Cailin había salido del hospital hacía ya tres días, el doctor le había recetado una infinidad de medicinas diciendo que la ayudarían a recuperar peso perdido en los últimos meses y subir sus defensas. Recuerdo que mientras Cailin se cambiaba en el baño del hospital el doctor se me había acercado y me había entregado un frasco blanco de pastillas.

—Son antidepresivo.— me había dicho.— Asegúrate de que los tome todos los días.

Y fue en ese momento en el que me sentí muy mal.

¿Cómo habías llegado a tal punto? Digo, había pasado ya por tres juicios en la corte, Cailin estaba yendo al psicólogo e intento suicidarse una vez, había ido a un centro de rehabilitación y ahora estaba saliendo del hospital y además de todo eso, ella necesitaba antidepresivos para no tener crisis. Mi hermana estaba deprimida, demasiado y yo debía soportarle verle así.

Desde que habíamos llegado a la casa luego de salir del hospital, Cailin no hacía nada más que dormir, se acostaba un poco antes de las seis de la tarde —sin cenar— y se levantaba a eso de las cinco de la mañana a encender el televisor de la sala y se sentaba en el sofá a mirar a la nada, sin dirigir la vista al aparato que encendía solo porque sí. A veces podía escucharla reír e incluso hablar sola y eso me ponía los nervios de punta; tal vez ella no estaba volviéndose loca, pero lo parecía demasiado.

Pero suponía que todo eso estaba bien, Cailin había pasado por mucho y merecía actuar de la manera que le hiciera sentir mejor —aunque no sabía si eso lo hacía— el punto era que yo le soportaría eso, dejaría que ella fuera como quisiese ser, porque ya no quedaba otra alternativa. Quería convertirme en un buen hermano, compresivo y protector y creía que lo estaba haciendo bien, hasta una tarde.

Era el quinto día desde que Cailin había salido del hospital, yo me dirigí a su habitación para ofrecerle algo para almorzar —como siempre lo hacía— toque la puerta tres veces, pero ella no contesto.

—Cailin.— le llame.— ¿Quieres algo de almorzar?— pero ella siguió sin contestar.

Me alarme al no escucharle hablar así que decidí por abrir la puerta, mis ojos se abrieron al igual que mi boca al ver el cuarto de mi hermana. Había destrozado todo prácticamente, sus discos, las lámparas, los estantes. ¡Inclusive había tirado al suelo el colchón de su cama!

—Cailin.— susurre lo más bajo posible, no sentía que la voz salía con fluidez de mi garganta y cuando la vi allí parado frente a la ventana juro que palidecí. Su espalda se contraía repetida veces y la escuchaba sollozar, me acerque a ella y la gire para verle directamente al rostro, Cailin estaba llorando y lo había estado haciendo por un largo rato, porque sus ojos estaban enrojecidos y su nariz de igual forma.

—Oh Cailin.— le dije para luego abrazarla con fuerza. Mi hermana se había tensado, pero luego se relajo devolviéndome mi abrazo. Técnicamente se había aferrado a mi espalda como un pequeño koala, parecía que si ella no se aferraba a mí caería al suelo o a algo más profundo que eso. Tal vez así era.

—¿Qué pasa Cailin? ¿Te sientes bien?— le pregunte despacio para que ella pudiera escucharme. Y lo hizo, porque sentí cómo negó con la cabeza.— Creo que debería hablar con el doctor, al parecer la medicina no está haciendo efecto.

Cailin se separo de mí y me miro a los ojos, limpio con la mano derecha las lagrimas de sus ojos y luego señalo una gaveta que estaba en el escritorio de la pared. La mire con el ceño fruncido y ella solo asintió con la cabeza, llevándose las dos manos a la boca y mordiéndose las uñas. Me acerque al escritorio y abrí la gaveta encontrándome con una bolsa transparente que contenía algo blanco dentro, eran las pastillas.

—Quiero ir con Justin.— me dijo.— Lo odio tanto Alex, por favor, llévame con él, lo necesito.

Suspire cansado cerrando la gaveta. ¿Cómo debía interpretar eso? Me pedía algo y al mismo tiempo se contradecía. Yo ya no sabía qué hacer, necesitaba ayuda, apoyo, o al menos hablar con alguien que no fuera el médico del hospital. Necesitaba desconectarme.

—De acuerdo. ¿Qué te parece visitar a Josh? No lo vez desde que saliste del centro.— y sus ojitos se iluminaron un poco, juro que me sentía feliz y con ganas de sonreír cuando la vi. Y así lo hice.

Esa tarde lleve a Cailin a ver a Josh, la directora del centro me dijo que ella podía quedarse a dormir si así lo deseaba y Cailin para mi sorpresa asintió repetida veces y me miro suplicante para luego decirme que la dejara quedarse solo esa noche porque extrañaba demasiado a Josh y la deje. No estaba muy seguro de eso, pero yo necesitaba un respiro, yo también quería llorar y desahogarme un poco de toda esta mierda.

Conduje lo más rápido que pude luego de salir del centro, iba demasiado rápido y yo no sentía que llegaba, recordaba la dirección de esa casa perfectamente, como si me la hubiera memorizado con mucha emoción. Y así había sido.

Baje del auto y ni siquiera me fije si le había puesto seguro, me acerque a la puerta de la casa y toque como si estuviera completamente loco, toque y toque como unas tres veces, hasta que decidieron abrir la puerta.

—¿Alex?— pregunto Zoella algo cohibida por el hecho de verme allí.

—Necesito ayuda Zoella. Te necesito.

Le dije para luego aventarme sobre ella y capturar sus rosados labios entre los míos y se sentían muy dulces.

Tal vez Justin tenía razón y el pecado sí que era dulce.

Dulce Pecado ➳ j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora