III.

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Hoy se cumplían quince años, quince largos y horribles años desde que Anthony había dejado este mundo y Steven Grant Rogers tenía grabado a fuego en el alma aquella trágica fecha.

Y como no tenerla, si él había sido el causante de su deceso.

Como todos los años y cada uno de los días desde su partida, iría a presentar sus respetos. Nunca le importó cuantas veces Sharon, su esposa, le exigiera que dejara de hacerlo, él jamás dejaría aquel ritual por más morboso y poco apropiado que se viera. Con el paso de los años, su esposa se cansó y dejó de insistir, simplemente coexistiendo y aceptando el hecho que estaba compitiendo con un fantasma y tenía todas las de perder.

Steve realmente lo echaba de menos y lo amaba cada día más, a pesar de no estar en este mundo. Como siempre, tarde se dio cuenta de su error. Cuando se enteró de que Tony, su Omega, había muerto se volvió loco, tanto por la pérdida como por la culpa. Tanto que, en el funeral, no dijo nada cuando Pepper lo atacó verbalmente para luego ser atacado corporalmente por el coronel Rhodes, ni que decir las imágenes mentales que lo torturaban gracias a Visón.

Hoy, como cada año y cada día, tomó su motocicleta y se dirigió al mausoleo de la familia Stark para dejar las flores favoritas de su castaño y charlar un poco con su tumba, siempre pedía que lo perdonará y que lo esperara, rogaba todos los días para que dios le permitiera verlo en el más allá, rogaba para pronto reunirse con él.

Luego de su charla de siempre acompañada por lagrimas amargas, se dirigió hacia el complejo para seguir regodeándose en su miseria, observando la armadura que él mismo destruyó cuando le partió el corazón literalmente a su amado.

Al llegar, sus alumnos, agentes y visitantes lo saludaron. Si bien era cierto, estaba retirado de las labores, pero Fury logró atarlo para que entrenara a los nuevos Vengadores y al nuevo Capitán América. Quien no era otro más que su sobrino, T'chana, o como prefería que lo llamaran, Howard Barnes.

Bucky fue reclamado por T'Chala al percatarse que eran parejas destinadas, de esa unión nació su sobrino, que para sus quince años tenía la constitución de un jugador de fútbol americano gracias al suero de súper soldado de su madre. A Steve le hubiera encantado tener un hijo y que éste lo sucediera en su puesto, pero él mató a Tony, negándoles a ambos la posibilidad de tener a un cachorro que llevara su sangre, producto de su amor. Sharon nunca quedó embarazada, quizá porque él tampoco puso mucho de su parte para intentarlo, él quería un hijo, claro que sí, pero quería un hijo con su esposo y dado que ese hecho no podía ser, perdió el impulso que necesitaba para ponerse a la labor.

Al llegar al salón Ironman, sus ojos se llenaron de lágrimas como siempre que estaba allí, ver a su Tony sonriente, altivo he imponente en los cuadros y fotos, solo le recordaba lo que había perdido, más aún cuando veía la última armadura que él uso. Su recorrido terminaba cuando se paraba frente al monumento que él mandó a erigir en su honor, pasándose una hora completa contemplándolo.

Estaba por irse cuando un muchacho de unos catorce o quince años se acercó a la estatua con los ojos anegados en lágrimas. Al verlo, Steve entró en shock. Su corazón bombeo desesperado y un calor extraño inundó su ser, cosa que lo hizo temblar. Aquel pequeño Omega, no, podía percibir algo de alfa en él, era casi la viva imagen de Tony de joven, con excepción de sus grandes ojos excepcionalmente azules.

Al ver la tristeza del joven y como derramaba lágrimas amargas, su pecho se comprimió. Sentía la imperiosa necesidad de consolarlo, de protegerlo y de matar a quien sea que lo haya puesto en ese estado. Era extraño, estaba totalmente seguro que lo que el pequeño le hacía sentir no era nada ni remotamente sexual, ni que estuviera loco, pero, si le pusiera un nombre, sería algo más paternal.

Monumento a tu AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora