Capítulo 4

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Mi trabajo en el hotel era simple, era la encargada y mayoritariamente los clientes que asistían, eran clientes frecuentes de los cuales acostumbraba a reconocer sus rostros y aprenderme sus nombres para cuando volvieran al hotel y hoy no era la excepción, la señora Emilia Müller era una clienta muy particular, una mujer de la tercera edad con mucho dinero que acostumbraba a venir a Alemania cada tres meses —o incluso antes— y hospedarse en nuestro hotel, sin embargo, ella tenía ciertos afiches por las muñecas de cerámica y donde sea que fuera, viajaba con ellas y no le importaba tirar su dinero en una habitación extra para todas esas muñecas.

Si me lo preguntas, era perturbador, no era nadie para juzgar las ideas de una señora con una gran experiencia en la vida, además, es mi trabajo asegurarme de que tuvieran el mejor servicio. Así que eso es lo que yo estoy haciendo, brindar mi mejor servicio intentando cargar las dos grandes maletas con una gran cantidad de muñecas de cerámica a las cuales ya estaba odiando, siempre sucede lo mismo, los empleados tienen dificultades en cargarlas, ya que son sumamente delicadas, pero yo nunca he experimentado esa dificultad hasta hoy.

Agradezco en mis adentros que la señora Müller ya no esté en el vestíbulo viéndome maldecir a sus muñecas una y otra vez.

—¿Necesitas ayuda con eso?

A continuación, lo siguiente que sucede es algo que no tenía previsto.

Las maletas eran pesadas y me las había arreglado para levantarlas del suelo a una buena altura bajo mis hombros, pero yo no tenía previsto sobresaltarme al escuchar la voz del príncipe a mis espaldas por primera vez, después de dos días de nuestro pequeño encuentro cuando hacía el inventario sobre los vinos. Su voz me ha asustado de nuevo y ha provocado que las dos maletas a mis costados de los brazos caigan al suelo, produciendo un crujido.

Me volteo en su dirección para enfrentarlo mientras siento a mi cuerpo paralizarse una vez que veo su rostro, hago una mueca y lo peor pasa por mi mente. Las muñecas se han quebrado.

—¡Diablos! —maldigo por lo bajo y Theo enarca las cejas sin comprender qué sucede. Me toma unos segundos voltear hacia el piso, justo donde ambas maletas negras están esparcidas por el suelo.

—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No puede ser!

Estoy al borde de la histeria asimilando la situación. Me arrodillo para estar a la altura de las maletas y me apresuro a abrir una de ellas, una corriente caliente recorre todo mi cuerpo mientras deslizo el zíper y cierro los ojos con fuerza, cuando los abro, veo que Theo se ha agachado para quedar a mi altura.

Aún posee esa expresión de no comprender que está pasando en el rostro, intenta darme una pequeña sonrisa que parece más una mueca de disgusto que otra cosa, por culpa de su desconcierto ante la situación.

—¿Estás bien? —se atreve a preguntar y su serenidad me provoca un poco de ansiedad. No respondo porque estoy segura de que la expresión seria en mi rostro dice todo, y ese todo es que estoy aterrada de echar un vistazo dentro de la bolsa, sin embargo, me armo de valor y veo dentro de ella.

Esta vez, mi angustia aumenta y es reemplazada por el terror al comprobar que efectivamente, las preciadas muñecas de la señora Müller están rotas.

—Maldición, esto no puede estar pasándome —susurro.

Los ojos de Theo buscan una respuesta en mi cara y no sé si es idiota o qué, pero tarda en comprender lo que acaba de suceder.

—¿Son tuyos?

Niego.

—Son de la señora Müller —digo más para mí que para él.

—¿La señora Müller se hospeda aquí? —pregunta y asiento—. ¿Todas esas muñecas son suyas?

Un príncipe peculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora