[13] CLANDESTINIDAD

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¡ Manuel !

   —BUENO...—suspiró Lautaro, girándose del asiento de adelante del colectivo para mirarnos—. Según Miranda, la vieja usa una cosa que succiona al feto, embrion, o como carajo se diga.

    —Auch—respondió Cielo cuando pareció imaginarse esa escena.

—Sí, bueno...—susurró él—. Dice que es seguro, que te tratan re bien y que puede que sientas molestias después de abortar pero que son mínimas. Como los cólicos.

     —¿Te dijo el precio?—pregunté.

  Era imposible que lo hiciera gratis sabiendo que estaba haciendo algo ilegal.

    —Ese es el problema—hizo un mueca—, la chabona cobra diez mil pesos.

   Cielo abrió sus ojos como platos al escuchar la cantidad de dinero que costaría.

    —No...—sobó su sien—. Apenas tengo mil, ¿Cómo carajo vamos a pagar eso?

    —A ella se lo pagaron sus papás—agregó Lautaro—, por ahí si le cuentan a sus viejos puedan pagar mitad cada uno.

    —No—me negué—. Tengo plata ahorrada por la FMS, alcanzo a pagarlo.

  Lo más probable era que mi vieja pensara igual que a mí y me dijera que me hiciera cargo de la cagada que me mandé (aunque usé forro). Pero Cielo deseaba tanto esto que tal vez era lo mejor, además ella lo había dicho. Era ella la que iba a cargar con el bebé, no yo, así que tenía todo el derecho de decidir lo que haría con su propio cuerpo.

—Problema resolvido, diría Trueno—bromeó su amigo después de levantarse, mirando las ventanas del vehículo—. Nos re vimo' wachines.

Se despidió de nosotros y cuando vimos que bajó en su parada, Cielo me miró insegura.

  —¿Posta vas a gastar toda esa plata en esto?—preguntó—. Puedo pedir mi sueldo por adelantado y pagar la mitad.

   —No me importa gastarlo, si es lo que querés—admití—. Y bueno...Es un favor para los dos supongo.

    Repetía sus palabras tratando de convencerme, pero tampoco llegaban a sacarme el sabor amargo que tenía al pensar en esta decisión. No es que fuera de los celestes, hasta a mí me sorprendía que no tuviera la mente fría como ella en esta situación, pero no podía dejar de dudar.

    —Manu...—intentó decir, hasta que me percaté que faltaba una parada para bajarme cerca de mi casa.

   —Tengo que bajar—me acerqué lentamente a ella y sin saber cómo saludarla, me decidí por darle un beso en el cachete. Obviamente quería darle un pico, pero no tenía idea si la iba a incomodar. Ni siquiera sabía si me había perdonado por completo.

  Bajé del colectivo, eran las nueve y mi vieja me había avisado por mensaje que la comida estaba lista. Me sorprendió que supiera que no estaba en casa, hace meses que no hablábamos como de costumbre; a veces ni me notaba en casa. Cuando estaba, sólo se apuraba en buscar plata para los medicamentos de Hector; o atender el teléfono a la madrugada cuando los amigos de mi papá llamaban diciendo que lo "encontraron" drogado cerca de sus casas.

tan bien 彡 REPLIKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora