[19] PUNTO CULMINANTE

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ESTEFANÍA!

—¿CÓMO?—preguntó mamá después de haberse ahogado con el vino.

Pasó la mirada de Manuel a mí, pero más fue a su hija a la que le exigió una respuesta. La mamá de Manuel hizo lo mismo, sus ojos estaban bien abiertos. Pero no tanto como los de él, que se había puesto pálido.

—Manuel...—lo llamó Abian, su papá, ante el silencio de nosotros—. ¿Es...Verdad?

Mordí mi labio mientras todos se sentaban, al tiempo que dejaban sus copas en la mesa. Gotas saladas me mojaron la boca y un escalofrío horrible recorrió mi espalda.

—Sí...—contestó el chico que tenía al lado, con el mismo tono temeroso que usó cuando me preguntó si estaba embarazada.

Renata se levantó en silencio tomando a su hija Camila en brazos y pidiéndole en voz baja a Ania, a Julián y a Martín que nos dejen solos. Se lo agradecía, pero era imposible desaparecer la incomodidad que había.

¿Qué carajo había hecho?

—¡Mil veces te dije que te cuides, Manuel!—gritó enojada su mamá—. ¿¡Cómo mierda pudiste ser tan irresponsable!?

Cerré mis ojos y más lágrimas me cayeron, había arruinado todo por completo.

—Pero...—intentó hablar.

—¡Pero nada!—golpeó la mesa con su puño—. ¡No sabes ni cuidarte solo, ni usar la cabeza! ¿¡Y así vas a criar a un pendejo!?

Empecé a temblar, y eso que ni siquiera me estaba gritando a mí. Sus palabras eran literalmente unas dagas con bastante filo.

—¡No lo llames así!—le respondió Manuel, con más fuerza en su voz que la de ella. Mientras su mamá estaba al borde de flaquearse, él hervía de furia—. ¿¡Y qué carajo te pensas!? ¿¡Que yo pedí esto!?

Él se levantó de la mesa con bronca, chistando para después quedarse con la mandíbula apretada. Y mientras nos daba la espalda para mirar la ventana con sus brazos en la cabeza, su mamá se levantó de la misma forma para alejarse de todos hasta hacernos escuchar sus pasos por las escaleras.

Al escuchar el portazo que dió, dejé que mis brazos se apoyaran en la mesa mientras cubría mi cara. No podía parar de llorar, ni aunque me diera vergüenza que me estuvieran viendo todos. Fue horrible sentir que mis mejillas se calentaban y los ojos me ardían, mientras fruncía mis labios para que no se escucharan mis sollozos.

Ya no podía más, quería desaparecer.

Una mano acarició mi hombro, esperé que fuera mamá pero igualmente sentí mucho más consuelo al ver que se trataba de Ania. Esa piba era un ángel.

—Ania anda a tu pieza—le ordenó Abian después de carraspear incómodo.

—No—respondió con la voz bien clara.

—Hija, es un tema de mayores...

—¿Y qué me importa, papá?—preguntó enojada—. Son mayores, pero bien que no se dan cuenta que tratándolos mal no van a solucionar nada.

tan bien 彡 REPLIKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora