𝐉𝐔𝐍𝐈𝐎 [34] UNA VUELTA MÁS

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—SABÍA que ibas a poder—admitió Manuel dejándole un beso en la frente. Los dos sonreían, persiguiendo con su vista los sollozos cada vez más y más fuertes como si temieran que se esfumaran.

Todo el clima tenso desapareció por completo con el llanto del recién nacido y cuando los dos jóvenes lo recibieron en sus brazos mientras tomaba poco a poco color en su piel pálida.

—Hola—lo saludó con una sonrisa grande su joven madre, ocultando el miedo que tenía de que se le fuera caer.

—Es hermoso—soltó con la misma incredulidad Manuel, tomando su pequeña mano. La palabra belleza era gritada en su cabeza junto a numerosos susurros de pureza y perfección.

—Para ser un recién nacido es un bombón, eh—bromeó la rubia por lo bajo, cuidando del sereno silencio que los rodeó minutos después. Luego de poder apartar su vista del recién nacido miró a Manuel fijamente a sus ojos, aún miraba con ternura a la criatura y jugaba con su mano, algo que para Estefanía era como ver un paraíso en su máximo esplendor—. Gracias, Manu.

                   —¿Por qué?—preguntó igual de bajo, colocando un mechón de su cabello detrás de su oreja.

—Por no irte.

Sonrieron y bajaron su vista a los labios del otro como si fueran un mismo reflejo, pero los interrumpió un balbuceo que los hizo reír.

—¿Cuándo te vas a dormir vos?—preguntó Estefanía, dándole un toque corto a la punta de la pequeña nariz en cuanto pronunció la última palabra.

—Que no se duerma mejor—acotó Manuel luego de dejar un beso en ese mismo lugar—. Che, no es por presumir pero se parece más a mí que a vos.

—Es muy lindo como para parecerse a vos—derrocó la rubia.

—Vos nunca cambias, eh.

Rieron hasta ser interrumpidos nuevamente pero por el chirrido de la puerta siendo abierta. Eran los Favaretto, el balde de agua frío que los devolvió a la realidad. Ese niño no les pertenecía por más que la ley les dispusiera cuarenta y cinco días de convivencia.

                   —¿Puedo?—preguntó con una sonrisa creciente Romina y dando entender que se refería a sostener al pequeño que Estefanía no soltaba.

                   —Sí, obvio—respondió la joven, algo avergonzada por no habérselo entregado en cuanto la vió—. Cuidado.

                     Era muy frágil para ella, tan diminuto e indefenso que le aterrorizaba la idea de que se hiciera daño, pero en cuanto vió al matrimonio mimarlo entre sus brazos supo que entre todo ese amor era imposible que se dañara.

                    Esa alma pura crecería rodeado de amor, sus padres lo supieron mientras contemplaban con orgullo a su familia.

                    Entre esa felicidad Estefanía se dió cuenta, al ver su mano entrelazada a la de Manuel, que quizás ella también podría tener ese amor, pero un amor que la hiciera sanar o más bien que los hiciera sanar.

tan bien 彡 REPLIKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora