27

478 55 21
                                    


Tal como mover las agujas de un reloj viejo en reversa, tus recuerdos terminaron hasta un día en el tu padre seguía con vida, diez años atrás del presente. Viéndote a ti misma acompañándolo en el cementerio dentro de los terrenos del palacio; llevando entre tus manos una cubeta y una cuchara de madera para permitirte limpiar las lapidas que así lo necesitaran, por su parte Daiki, tu padre, se encargaba de quitar las hierbas que crecieran al lado de estas. Sería normal que los criados se encargaran de hacer dichas cosas, pero tu padre no lo permitía diciendo que era deber de ustedes como familiares limpiarlas.

Si ha de ser nuestra responsabilidad familiar limpiar las lapidas. ¿Por qué mis primos nunca vienen, o mis tíos, o mi madre? – Preguntaste, dejando el balde ya vació de lado junto a la cuchara.

Porque así ellos no lo desean – Respondió apacible – Yo vengo porque estoy dispuesto a disfrutar del resultado de verlas limpias, al igual que tú. Ellos no vendrán a menos de que así se los ordene; y así no habría completa dedicación. Los estaría obligando, hija mía.

¿Acaso se avergüenzan nuestros ancestros? Padre.

Formulaste la pregunta mientras mirabas al alrededor, mirando cada una de las lapidas que ya te sabías de memoria. Por supuesto que te lo preguntabas cada vez que venían a limpiar y lavar; siempre mirabas a tus primos o tíos entrenando o haciendo cualquier otra cosa desde tu lugar en la colina durante las tardes una vez cada mes. Nunca nadie más aparte de ustedes venía. Ni siquiera tu madre, quien se suponía que debería estar presente en este tipo de cosas. ¿Por qué?

Daiki relajo su ceño al ver tu expresión confusa por tus pensamientos, bajando las mangas de su kimono y caminando hacia ti para suelo poner una de sus manos sobre tu cabello corto. – No creo que sea vergüenza, debes aprender que algunas veces las personas simplemente no desean hacer algo y que no puedes imponérselo solo para saciar la satisfacción propia. Tú no disfrutas de ver u hacer algunas cosas que yo sí, y por eso no te pido que me acompañes en ellas; dejo que elijas libremente y con total comodidad todo lo que haces.
¿Cómo te sentirías si te obligara y quitara esa libertad?

Mal – Respondiste de inmediato – Me sentiría molesta y resentida por no hacer lo que quiero. Haría de forma errónea lo que me obligases u pidieses a hacer.

Exactamente, lo comprendes ahora. Obligar a alguien solo traería problemas.– Su mano revolvió tu cabello con afecto junto a una sonrisa apacible, dejando ver como unas pocas arrugas se marcaban a los lados de sus ojos

¿Aun cuando fuera para su propio bien?

Hm – Daiki asintió – Lo mejor que podrías hacer en ese caso es apoyar a esa persona e intentar hacerle ver las cosas desde un punto de vista distinto al que mira; guiarla.

Asentiste con una expresión más calmada ahora, siguiéndolo a un costado varios pasos hasta una caseta de madera con el balde de madera entre tu mano. Viendo a tu padre de reojo no podías evitar sonreír al como su cabello oscuro y largo se hallaba cubierto por muchísimas canas dispersas a pesar de su edad; él apenas tendría cincuenta años y ya parecía de más. Más de una vez te habría contado que las poseía desde joven, alegando que tu abuela le pasó lo mismo; por supuesto que también te preguntabas si pasaría de igual forma contigo en el futuro.

Dejaste tus sandalias junto a las de tu padre en la entrada de la caseta y guardaste el cubo en el estante de un costado, viendo de reojo como tu padre se sentaba al borde de la entrada con las piernas cruzadas teniendo un bol entre sus manos. Palmeo el piso a su costado invitándote a acompañarlo con una sonrisa, hiciste lo que te pido y luego de que se sentaras te extendió una mikan o mandarina de un color naranja. Agradeciste en silencio y procediste a retirar su piel con tus dedos.

Ojos PardosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora