CAPÍTULO 21. PERDER LA CABEZA.

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Los meses pasaban a una velocidad exasperantemente lenta, pero cuando te detenías a observar con atención, te percatabas de que iba mucho más rápido de lo que cualquiera desearía.

La relación, o lo que fuera que había entre Dayana y Draco, se había enfriado desde la noche de la fiesta de Slughorn. Al día siguiente ella le había exigido unas explicaciones que él se negó a darle; y desde entonces cada vez que lo acompañaba en la Sala de los Objetos Ocultos parecía que su compañía le irritase.

Harta de su comportamiento y como única solución, desistió de seguir pasando las tardes con él; las tardes, los días y las noches. Llevaban semanas sin hablarse.

El segundo intento de Malfoy para matar a Dumbledore también había sido en vano. Utilizó una botella de aguamiel envenenada que le dio al profesor Slughorn y le ordenó que se la regalara al director bajo la maldición Imperius. Su plan había vuelto a fracasar puesto que acabó bebiéndosela Ron Weasley, quien tuvo también la fortuna de no terminar muerto.

Cuando Dayana se cruzaba con Draco por los pasillos o lo veía durante las clases o en el Gran Comedor, él ni siquiera reparaba en ella. Aun así, podía apreciar que cada vez estaba más pálido, de un blanco casi enfermizo y con unas marcadas ojeras. No transmitía la sensación de que sus avances fueran positivos.

Tampoco era como si ella pudiese dormir mucho mejor. Día sí y día también tenía pesadillas con Voldemort en las que le recordaba que debería matar a Draco si no cumplía con su misión.

El día que Dumbledore la llamó a su despacho, sus manos temblaban. No podía haberla descubierto, pero ¿qué podía ser si no?

- ¿Me llamaba, director?

- Oh, Dayana, hace mucho que quería hablar contigo. - la chica avanzó hasta quedarse a unos metros del escritorio en el que el hombre estaba sentado casi con cansancio. - Pero ya sabes, no paso mucho tiempo libre en Hogwarts que digamos.

Algo de eso había escuchado; que el director estaba fuera constantemente buscando a algo o a alguien. No sabía nada más.

- Aunque ese es otro tema. Quería hablar contigo acerca de un asunto sobre los prefectos. - comentó. - El profesor Flitwick, tu jefe de casa, me ha dicho que lo has dejado.

- Sí, así es. - afirmó. Se lo comentó hacía un par de semanas. No tenía la cabeza en lo que debía tenerla y aguantar al otro prefecto de su casa reprenderla era lo que menos necesitaba. Flitwick no había tenido más alternativa que aceptarlo y otra alumna había tomado su puesto.

- ¿Tu renuncia es debida a algo especial?

- No, en absoluto. - mintió. - No tengo mucho tiempo libre. Pensé que otra alumna podría aprovechar mejor ese puesto.

Dumbledore asintió levemente y se acomodó sobre su silla. La observaba con una leve pero tierna sonrisa.

- Hace mucho que no sé nada de ti. - comentó. - Parece mentira dado que el primer y segundo año a penas salías de este despacho.

Dayana se forzó a sonreír y negó con la cabeza. Le sudaban las manos y el corazón le iba a mil.

- Hace ya mucho de eso.

- No importa el tiempo que haga, siempre podrás confiarme lo que te atormente. - comentó. - Si es que hay algo que lo hace.

Por un momento, la idea de desvelarle toda la verdad a Dumbledore cruzó su mente. Le contaría sobre su iniciación, que le habían obligado y que crecía una conspiración en su contra.

Quizás a ella la ayudarían y la ocultarían de la ira del Señor Oscuro cuando se enterase de su traición, pero ¿qué pasaría con Draco? Podría tratar de convencerlo para que se dejara ayudar, pero jamás lo haría ni dejaría a sus padres solos frente a la ira de Voldemort.

Destinada | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora