CAPÍTULO 34. PÉRDIDAS Y REENCUENTROS.

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Dayana aterrizó en el patio, donde la lucha ya había comenzado. Los mortífagos de su alrededor lanzaban hechizos para destruir las cristaleras y lograr que las paredes que los protegían se cayeran a pedazos. Sin embargo, pronto salieron todos en masa a luchar.

No eran solo profesores o padres, también eran alumnos. En un heterogéneo grupo se enfrentaban contra los gigantes, las acromántulas, los carroñeros y los mortífagos. Dayana, petrificada, observó el panorama de su alrededor. Sabía que le había prometido a Draco que cumpliría su misión, pero no podía permitir que los alumnos salieran heridos; jamás podría atacar a las personas con las que había compartido clase, comidas y fiestas.

No muy lejos de ella, visualizó a Ernie Macmillan enfrentándose junto a otro alumno a un mortífago. La gran diferencia era que ellos empleaban maldiciones imperdonables, mortales o brutales; mientras que los alumnos tan solo se protegían, desarmaban o dejaban inconscientes a sus objetivos. De vez cuando, algún mortífago también salía volando varios metros.

Un hechizo impactó contra ella haciéndole rodar por el suelo. Cuando se levantó, pudo ver a Seamus Finnigan apuntándola con la varita. El chico llevaba medio rostro machado de polvo, lo que disimulaba medianamente los moratones de debajo. Al momento, el chico le lanzó otro hechizo del que esta vez pudo protegerse. Que ella hubiese decidido no atacar, no significaba que no la atacasen. Llevaba ropa de mortífaga y era una de ellos oficialmente. Era el enemigo de Hogwarts.

Dayana salió corriendo y se introdujo en el lateral del castillo. No quería causarle daño y si lo dejaba inmóvil o inconsciente, lo dejaba indefenso en medio de esa guerra. Cuando se detuvo, se desabrocho la capa y la dejó caer. Siempre había pensado que pondría por delante de todo a Draco, pero esta vez era diferente, estaba ella sola y que Voldemort venciera no era lo mejor para nadie. Tampoco lo era que vidas inocentes perecieran en esta batalla. Esta vez haría algo que la hiciera sentirse orgullosa de sí misma.

Sin embargo, debía tener especial cuidado. Por su apariencia todos la calificarían de mortífaga, por lo que los alumnos no dejarían de atacarla. Además, si los mortífagos veían que se volvía contra ellos, entonces también pasarían a atacarla. Todos se volverían en su contra de un momento a otro.

Durante la batalla, había visto a alumnos de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw; ninguno de Slytherin. Dayana actuaba como una sombra, habían hecho mal en enseñarle a luchar tan bien. Atacaba a los mortífagos sin controlarse y desaparecía convertida en humo negro al momento. Cuando volvía a aparecer, invocaba un hechizo protector si veía a algún alumno indefenso y volvía a desaparecerse. No debía ser vista, por nadie, pero al menos salvaría más de una vida.

Se encontraba en el piso superior, después de dejar inconsciente a uno de los mortífagos con los que solía acudir a las misiones y estaba dispuesta a desparecerse de nuevo. Sin embargo, una melena rubia en medio de las escaleras llamó su atención. Ella estaba demasiado preocupada enfrentando a una mujer de mediana edad como para preocuparse del hombre que la apuntaba a varios metros con la varita.

- ¡Luna! – chilló Dayana. Se convirtió en humo negro y arrasó con el cuerpo de quien solía ser su amiga. Ambas cayeron las escaleras que les quedaban rodando y, aún adoloridas, lanzaron un encantamiento aturdidor contra sus atacantes.

- Dayana, me has salvado. – susurró la chica. Con dificultad se incorporó y le tendió una mano. Lo último que había sabido de ella era que había escapado de la Mansión el mismo día que ocurrió el accidente de Potter, seguramente con la ayuda de Dobby. 

- Es lo mínimo que podía hacer por ti. – concluyó. Estaba a punto de desaparecerse de nuevo, pero Luna la cogió de la mano y la frenó.

- Estás con nosotros, ¿verdad? – le preguntó. – Nunca has estado con ellos.

Destinada | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora