CAPÍTULO 31. INVITADOS.

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Los meses pasaban y nada cambiaba. Voldemort parecía tener todo y a todos bajo su dominio; tan solo le quedaba encontrar a Harry Potter y acabar con él. Así lograría que nadie pudiera derrocarle y su reinado del terror se extendería por siempre.

Dayana no había vuelto a bajar a ver a Luna, no se atrevía a sabiendas de que ella podía romper su apariencia de mortífaga y hacerla dudar, cosa que de ninguna forma podía permitirse. Sin embargo, tenía otra tarea en mente y estaba a punto de cumplirla.

La primavera había llegado, pero en el ambiente no parecía notarse. Era como si el mundo no quisiera deshacerse del frío, como si incluso él estuviera de luto por lo que estaba ocurriendo.

- Señorita Henderson, menuda sorpresa. – la chica le esperaba sentada en la silla de su despacho. Le observó directamente a los ojos y sonrió ante su ceja levantada inquisitoriamente. – ¿Qué derecho cree que tiene a ocupar este despacho sin mi permiso?

- Pensaba que ahora éramos compañeros, Severus. – respondió, incorporándose. – Ya no soy su alumna, por si no lo recuerda. Soy su igual.

- Tienes demasiados pájaros en la cabeza, Henderson. Nunca creí que pudieses ser tan insensata.

- ¿Insensata? Solo soy realista. – rechistó. – La marca del antebrazo nos hace semejantes. Incluso soy cómplice de sus crímenes, ¿recuerda?

Snape levantó el rostro y el odio se reflejó en sus ojos, aunque esa solía ser su expresión normal. Desde que Luna le había contado que Snape y los hermanos Carrow aterraban Hogwarts, el deseo de regresar le había invadido. No había visto a ese hombre desde la reunión en la que murió Burbage, pero algo había cambiado en lo que sentía al estar frente a él.

- Levántate de mi silla, Henderson. – le ordenó. Ella le fulminó con la mirada pero le hizo caso. Al momento se intercambiaron los lugares y Snape se apoyó sobre su escritorio mientras que ella permanecía de pie cerca de la puerta.

Se había colado con facilidad ya que en el colegio no había más barreras que impidiesen a los mortífagos entrar. Lo único que había tenido que hacer era evitar a los alumnos con la intención de que nadie la descubriera.

- ¿Sabe? Durante mis primeros años aquí fui muy cercana a Dumbledore, me ayudó de todas las maneras que pudo. – comenzó Dayana. Llevaba uno de sus tantos vestidos negros que ahora usaba como uniforme mortífago, y paseaba la varita entre sus manos descuidadamente. – Durante toda mi estancia en Hogwarts de verdad pensé que ustedes dos eran verdaderos amigos.

- ¿Por cuánto tiempo va a seguir molestándome con sus insignificantes comentarios?

- Todavía un poco más. – se burló. – Al principio estaba cegada por el odio que le tenía por haberle matado y el que me tenía a mí misma por haberlo presenciado, pero ahora todo eso se ha disipado. Ustedes se respetaban mutuamente, eran más cercanos de lo que mostraban al resto del mundo.

- ¿A qué quiere llegar con esto? – Snape parecía impacientarse y su mirada y apariencia se volvían todavía más tétricas.

- He estado pensando en si de verdad quiso matarlo o si todo fue una mentira, una muy bien elaborada. – viendo que él no pensaba añadir nada, prosiguió. – Él quería proteger a Draco, al igual que nosotros. Qué casualidad que usted apareciera justo cuando Draco iba a bajar la varita, incapaz de cumplir su tarea.

- Pensaba que había sido colocada en Ravenclaw por su mente brillante, pero eres una ilusa y una necia. – gruñó. – Me estás haciendo perder el tiempo.

- Yo también he aprendido a mantener las apariencias desde que estoy en este bando, Severus. – comentó. – A la más mínima sospecha pueden acabar contigo. Creo que usted hace lo mismo.

Destinada | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora