CAPÍTULO 36. SI NO ESTAMOS DESTINADOS.

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El ambiente del Gran Comedor comenzó a agitarse con la llegada del amanecer. El castillo, con los primeros rayos del día, era todavía más desesperanzador. Estaban rodeados de escombros, cristales rotos y muebles astillados; incluso aquellos que habían luchado por defender Hogwarts estaban abatidos.

Dayana apoyaba su cabeza sobre el hombro de Draco, rodeada por Luna, Ernie Macmillan y unos cuantos alumnos más. Los Weasley habían dejado de llorar sobre el cuerpo de Fred y habían optado por cubrirlo con una sábana. Varias miradas fugaces se posaban sobre Draco y ella, aunque se esforzaban por no hacer caso a estas.

La voz se corrió y los murmullos se extendieron con rapidez entre los allí presentes.

- Están aquí.

- Son ellos.

- Han vuelto.

Los alumnos se agitaron tanto como los profesores y, sin saber con qué encontrarse afuera, salieron al patio del colegio. Los chicos se detenían en la entrada al ver el numeroso grupo de mortífagos que se cernía delante de ellos; otros avanzaban hasta colocarse en las primeras filas, respaldándose unos a otros.

El grito de Ginny al ver el cuerpo sin vida de Harry Potter sobre los brazos de Hagrid fue desgarrador. Sin soltarse de la mano, Draco y Dayana descendieron un par de escaleras. Habían perdido; Potter era el único capaz de matar a Voldemort y ahora estaba muerto. Los habían derrotado.

- Harry Potter ha muerto. – pronunció Voldemort, paseándose por medio del patio con total impunidad. – De ahora en adelante, me obedeceréis solo a mí. – mostró una especie de sonrisa y retrocedió hacia sus mortífagos. – ¡Harry Potter está muerto!

Todos graznaron de alegría, cubiertos por risas y gritos eufóricos. Bellatrix, sobre uno de los grandes escombros del patio, dio saltos de emoción. Los únicos que no dijeron ni hicieron nada fueron los Malfoy, cuyas miradas estaban fijas en Draco. Consciente de ello, el rubio apretó con más fuerza la mano de Dayana.

- Ahora es el momento de que os pronunciéis. Venid y uniros a nosotros o morid.

El silencio invadió el patio. Nadie hacía ni un solo movimiento, ni hablaba, ni respiraba más fuerte de la cuenta. Entonces, un gruñido se elevó por encima de la nada.

- ¡Draco! – Lucius, ofendido de que su hijo continuara inmóvil en el otro bando, trataba de ordenarle que fuera con ellos. – Draco. – repitió una vez más calmado, extendiendo el brazo hacia él.

Las miradas de alumnos y profesores se giraron hacia el susodicho. El chico, con los ojos llorosos, hizo un esfuerzo por mantener la cabeza en alto. Sabía que su padre consideraría como una deshonra que su hijo no estuviera a su lado, junto a los mortífagos, pero detestaba la idea de tener que volver ahí.

- Draco. – la voz de su madre sonó serena, pero fue más imponente que la de Lucius. Mostró una diminuta sonrisa y asintió con la cabeza. – Ven.

Narcissa era diferente, ella no estaba furiosa como su padre, ella solo quería que estuviera a su lado. Draco bajó la cabeza y vio su mano entrelazada con la de Dayana. Lo único que quería Narcissa era que estuviera a salvo, Draco se sentía protegido al estar a su lado y le parecía una locura llevarle la contraria a su madre. Tenía que hacerlo, por ella.

Bajó un par de escaleras, pero la mano que agarraba no le siguió. Se detuvo en seco y se giró hacia Dayana, le temblaba el labio, pero permanecía inamovible en su lugar.

- No voy a ir, Draco. – le aseguró.

El chico arrugó el entrecejo, confuso. No se esperaba sus palabras, ni si quiera llegaba a entenderlas.

Destinada | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora