CAPITULO 30. PRISIONEROS.

6.2K 440 53
                                    

Fred avanzaba en primer lugar, seguido de cerca por Dayana, quien le apuntaba con su varita directamente a la espalda. Si se detenía, le empujaría con la punta de esta, mas el pelirrojo no tenía pinta de que fuera a pararse. Él cojeaba con las manos a penas levantadas en son de paz pues le continuaba doliendo el hombro, y la varita la guardaba en el bolsillo de sus pantalones negros. Hacía unas pocas horas había asistido a la boda con un elegante y llamativo chaleco amarillo sobre una camisa de similar tonalidad. Ahora, llevaba el chaleco manchado de barro y la corbata por fuera y aflojada casi al máximo. Recordaba haber dejado la chaqueta del traje apoyada en una de las sillas, aunque dudaba que pudiera volver a hacerse con ella después de esto.

Nada más regresar a la zona principal se encontraron con el resto de los Weasley arrodillados delante de La Madriguera. Arthur, Molly, Charlie, Bill, George y Ginny; todos habían sido derrotados.

Sin necesidad de que se lo ordenaran, Fred se acercó hasta su familia y se arrodilló en uno de los laterales, al lado de George, quien lucía igual de desaliñado que él, además de llevar una venda rodeándole cabeza.

- Le has dado una buena sacudida. – comentó Greyback con orgullo. Dayana no había vuelto a verle desde aquel día en el bosque, aunque el trato que llevaban no parecía haber cambiado.

- ¿A caso lo dudabas?

Dentro de la Madriguera un montón de mortífagos lo registraban todo y ponían la casa patas arriba. Dayana se giró hacia atrás y pudo ver varios cuerpos de personas que no reconoció en el suelo. Detrás de la carpa, o más bien detrás de lo que quedaba de ella, otro grupo de mortífagos obligaba a los magos y brujas atrapados a arrodillarse en fila.

El señor Nott la observaba con fijación y Dayana no tardó en percatarse. Quizás dudase de su actuación con Fred Weasley, mas no lo importaba demasiado. Era un hombre callado al que le gustaba pasar desapercibido; además, tampoco tenía pruebas para incriminarla de nada.

Draco salió de la casa seguido de su tía y ambos se acercaron a la chica, con la diferencia de que el rubio la rodeó sutilmente por los hombros al mismo tiempo que suspiraba aliviado.

- No te encontraba.

- Estaba buscando rezagados. – mintió.

Arthur Weasley tenía la mirada fija en el frente y delicadamente inclinada hacia el suelo, al igual que Charlie, Bill, Fred y Ginny. George miraba a Dayana de reojo, no sabía si lo que distinguía en su mirada era odio. Sin embargo, Molly era quien, con sus ojos ya clavados en ella, la fulminaba como si pudiese lanzarle un Avada Kedavra con la mirada.

Dayana se afinó la garganta y se giró de nuevo hacia Greyback. Habría preferido hablar con Bellatrix, pero estaba histérica dado que Harry Potter, Ron Weasley y Hermione Granger habían escapado.

- ¿Y bien? ¿Qué hacemos ahora? – preguntó, puesto que Draco seguía a su lado sin soltarla.

- Nada, marchaos. – espetó. – No hace falta vuestra ayuda.

- Yo también puedo ayudar con las interrogaciones. – se apresuró a decir, ampliando la sonrisa de Fenrir.

- Déjaselo a los profesionales, bonita.

*

Los días pasaban uno tras otro, acabando semanas que se esfumaban a un tiempo récord. Ahora que los mortífagos dominaban el Ministerio de Magia y con la ayuda del nuevo Ministro fiel a Voldemort, tenían plena libertad para campar a sus anchas.

El número de desaparecidos iba en aumento con cada día que pasaba. Los sangre sucias eran sometidos a juicios que solían acabar con el beso del dementor; y aquellos magos y brujas de cuya descendencia se dudase, eran sometidos a una extrema vigilancia o eran ejecutados directamente. "No tienes nada que temer si no tienes nada que esconder", resonaba por el Ministerio a diario.

Destinada | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora