CAPÍTULO 33. ERRORES.

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Los mortífagos entraron en el colegio junto a los carroñeros, los dementores y otras criaturas oscuras que le habían jurado lealtad a Voldemort. Entre ellas destacaban los gigantes, quienes arrasaban con el ejército de soldados de piedra que McGonagall había invocado.

Draco pasó por encima de ellos, rodeó el castillo y se adentró en la planta baja rompiendo una de las ventanas. No tenía ni el menor entusiasmo por luchar, al menos no hasta que recuperase su preciada varita.

A opinión del rubio, los alumnos que se habían quedado a luchar eran unos idiotas que no apreciaban su vida. ¿Quién en su sano juicio se enfrentaría a Voldemort voluntariamente? Sin embargo, sabía quiénes no lo harían, y esos eran los Slytherins.

Descendió hasta las mazmorras deseando no ser visto por nadie que pudiera reconocerle, y enseguida se mezcló entre el gentío formado por algunas de las serpientes y los alumnos más jóvenes que, guiados por Filch, trataban de salir de Hogwarts por uno de los pasadizos del castillo.

En cuanto divisó a sus amigos, corrió hasta cogerlos por el cuello de sus túnicas y los hizo detenerse. Ellos se resistieron, extrañados, pero al ver quién los estaba agarrando aceptaron seguirle.

- ¿Draco? ¿Qué haces aquí?

- ¿Tú qué crees, Goyle? – cuestionó el rubio de mala gana. Esa pregunta era absurda, igual que todas las que hacía. – Vamos, os necesito.

- ¿Para qué? – inquirió Crabbe.

- Potter me robó la varita en un altercado. – respondió. – Quiero recuperarla.

El trío estaba resguardado en uno de los pasillos desiertos de las mazmorras, mas no tenían tiempo que perder. Al momento, otro alumno de Slytherin apareció.

- Malfoy, todo un placer verte. – comentó Blaise Zabini, quien los había visto y había optado por seguirles. – No deberías obligarles a luchar si no quieren.

- ¿Y es mejor que huyan acobardados?

- No me hables tú de cobardía, Draco. – se burló Blaise. – Sabes que somos aliados desde siempre, pero eres tú el que debería plantearse huir con nosotros.

- Sabes que no puedo hacer eso. – masculló el rubio. Si huía, Voldemort lo perseguiría hasta asesinarlo lentamente.

- Como quieras. – concluyó Zabini encogiéndose de hombros. – Crabbe, Goyle, vámonos.

Goyle hizo el amago de seguirle, mas la voz de su amigo le detuvo de nuevo.

- ¿Enfrentarme a Potter? Me apunto. – aceptó Crabbe con una sonrisa maliciosa. – Es lo que llevo tanto tiempo esperando. Encerraron a mi padre en Azkaban por su culpa. También quiero vengarme.

- Haced lo que queráis. – bufó Zabini, rodando los ojos mientras que Draco y Crabbe se estrechaban la mano. – ¿Y tú, Goyle?

El aludido observó a sus tres amigos a la vez. Deseaba marcharse del castillo, pero no podía hacerlo y dejar tirados al resto. Siempre habían estado juntos, era como debían terminar.

- Me quedo.

- Panda de dementes. – suspiró Blaise. – Espero veros después de esto.

Zabini se alejó a paso ligero de vuelta con el resto de alumnos que seguían evacuando el castillo. Los otros tres chicos corrieron por los pasillos de arriba abajo, esquivando alumnos y tratando de avanzar por las partes menos concurridas del castillo. Creían que Potter debía estar allí dentro y así fue, cuando dieron con él lo encontraron a la entrada de sala de los Menesteres. Esperaron hasta que entrase y luego lo siguieron.

Destinada | Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora