Adonis, perdición mía;
ojos de laguna clara,
dorada tez pincelada
de cobre, miel y melaza;
¡qué dulce ha de ser besarte,
a esos, tus labios flamantes,
teñidos del rosa del alba,
y del morir de la tarde!
¿Revivirían las flores,
marchitas por sus pesares,
al contacto de tu beso,
anémona del deseo?
Joven rubicón; ¡tez de oro!
Con tu bozo como el trigo
de los campos en estío
y tu sonrisa estentórea
tú deleitas los sentidos;
¡conquistador involuntario!
¡Doblegador de dignidades;
ávida estoy de tu rostro,
infantil e inmaculado!
Quiero ser, ojos de olivo,
la causa de tu sonrojo;
dame el sosiego de esa,
tu sonrisa de estrellas;
belleza feroz e infalible,
de hombre idóneo y gentil,
obsedes el corazón
de cuantas te miran, a ti.
Cuerpo majestuoso es
tu espalda enhiesta, y esa,
tu mirada serena,
que me desarma entera...
Si tus ojos son pardos,
y tu rostro feminil...
¿puedo yo eludirte,
perfección varonil?
Si me pidieras pecar...
¿crees que me negaría?
Todo crimen es venial,
Adonis, si tú lo dictas.
Si tus labios se separan,
y oigo tu voz musical,
me lleno de tu beldad
con una mirada diáfana;
espero a que te distraigas,
para mirarte sin decoro,
porque estos ojos te dirían,
lo que deseo cuando te veo...
¡Oh, tan calcinante
el roce a tu fisionomía,
palacio de la carne,
el obsequio es tu sonrisa!
Que incita a lo absurdo,
que invita a lo humillante...
¿quién no hiciera locuras,
solo para deleitarte?
A ti, retrato del amor;
a ti, Adonis, mi delirio;
¡a ti, joven rubio del sol,
es imposible no amarte!