El dolor y el placer son los polos opuestos de un espejo: el placer se mira al espejo, y ve a su enemigo, el dolor, del otro lado. El dolor se horroriza al ver al placer, aunque ninguno sabe que es el exceso o la propia carencia del otro.
El placer, a veces puede ser doloroso.
Y el dolor, resulta en otras, placentero.
Cuando el dolor se acaba, uno se dice: "No; no haré esto nunca más."
Y nos surge la cruel pregunta: "¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Acaso merezco este dolor? ¿Acaso tanto?"
Y uno se convence de que no, sin discutir el asunto más de una vez.
Cuando el placer acaba, llega la culpa y el remordimiento, y uno se reprocha por hacerse esclavo de él. Y uno se pregunta, en los dos sentidos:
"¿Estuvo bien...?"
Los excesos no benefician.