Encontré en un cielo rojo, triste y sangrante, un sol del color de la terracota, atravesado por fugaces tintas de aves y halcones; a través de las ramas negras y perfiladas del árbol debajo del cual yo estaba tumbada.
En medio de esa soledad; allí estaba yo, mirando en el cielo, tus ojos solares. Recordando, al ver las hojas sangrientas, que con hilos de oro se enlazan formando rizos muertos, tu mirada de tierra y de hierro; tus cálidas y húmedas órbitas, terracotas como el mundo.
La hojarasca moribunda enciende mi tristeza, y aviva mi dolor; pero mientras mis mejillas se mojan, y mi alma se empaña, nada importa... Ojos de otoño, cuán dulces como la miel, par de soles de un cielo; porque aún te amo...
Porque aún sigo amándote...
A ti, ojos de otoño.