Capítulo XXXIV

51 5 0
                                    



Para cuando Martín bajó al primer piso de su casa no supo que lo sorprendió más, si ver a su hermano mayor Nicolás junto a su tío Emilio o ver a Manuel jugar junto a los hijos de Alfredo, su cuerpo se paralizo y por primera vez no sabía qué hacer. Sus ojos se detuvieron en Manuel viendo como el menor le miraba de igual manera.

Lo vio acercarse y a pesar de que su único deseo era abrazarlo, se sorprendió cuando retrocedió sorprendiendo a Alfredo, miró a Manuel, quien le retiró la mirada dolido, regreso a Alfredo quien le miraba con extrañeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas que se negaba a derramar.

―Regresaré a casa con mi padre y Sebastián―informó Alfredo sorprendiendo a Martín

―Quiero ir contigo―pidió sorprendiendo a todos los presentes, incluyendo a su hermano menor.

―¿Es que te volviste loco?― consulto Santiago mirando a Martín―acabas de despertar, no te dejaré ir a ningún lado hasta que Julieta diga que estas bien―hizo saber con cierto enfado

―Ella dijo que mientras no me quitara el collar podría ir a cualquier lado sin sentir dolor, creo además que Alfredo me debe esta― dijo mirando a su primo, viendo como este le miraba sorprendido

Santiago observó a Alfredo sospechoso por unos minutos para luego voltearse a Martín viendo esa mirada decisiva que no veía en su hermano hace casi seis años.

―Me rehúso a que vayas allá, la última vez papá casi te mata, aún estas recuperándote de casi irte a acompañar a mamá en la tumba―exclamó mirando a su hermano con reproche

―No me interesa lo que pienses Santiago, yo voy a ir con Alfredo te guste o no― ordenó serio vendo como su hermano menor le miraba sorprendiendo― Quiero matar a ese hombre con mis propias manos ― susurró sorprendiendo a todos

―Martin cálmate, no digas nada, porque él no sabe nada aún― advirtió Alfredo al ver la intención de Martín sobre Manuel

Martin trago saliva viendo como Manuel le miraba sin entender nada, su hijo tenía la misma mirada asustada que mostraba su novia, suspiró fuertemente, ignorando por completo las miradas inquisidoras de sus familiares. Debía calmarse para poder pensar con claridad, necesitaba mantenerse sereno, para proteger a su hijo Moad.

―Creo que lo mejor en estos momentos es idear un plan para mantenernos informados de lo que sucede en esa casa―opinó Nicolás ante el ambiente tenso que Martín y Alfredo se negaban a disimular.

―Yo voy con Alfredo, les guste o no― dijo como última palabra, mirando a sus familiares.

―Te llevare, tranquilo―dijo Alfredo, suspirando un poco frustrado.

Santiago observó a su hermano mayor sin entender nada, su primo también actuaba extraño a su parecer, pero ya averiguaría que sucedía entre los dos, si Martín quería volver a esa casa, era su deber preocuparse de mantener a los niños a salvo, de todos modos, aquello era el objetivo primordial que debía tener en mente como líder del clan Fisher.

Escucho con atención el plan de Nicolás, su hermano mayor, no le causaba confianza pero si le ayudaba a restaurar la paz que habían perdido con el fallecimiento de su abuelo y madre, lo aguantaría, vio cómo su abuela, llevaba a los niños jugar al segundo piso, mientras ellos planeaban una mejor manera para poder pasar desapercibido en la casa de Sebastián Fisher.

Alfredo evitó la mirada de Martín en el transcurso de la reunión para evitar de algún modo la culpa que se había adueñado de su corazón desde hace cinco años, y que desde que la había confesado solo quería transformarse en lágrimas desconsoladas, que se negaba a liberar porque no quería parecer un tonto, no necesitaba que lo consolaran, su objetivo principal era mantener a sus dos hijos con vida.

Martín llevó sus manos al collar que le había prestado Julieta con nerviosismo, quería hacer tantas cosas, pero también debía mantenerse al margen por su salud y por su hijo Moad, quien sin saber que era su padre, le esperaba en el segundo piso junto a sus dos nuevos amigos, quienes para mala suerte era el traidor de su confianza. Retiro la mirada de su primo Alfredo dando un suspiro que llamó la atención preocupada de su hermano Santiago, le miró con una sonrisa, viendo como este le miraba molesto.

Se levantó de su asiento y tomo el brazo de su hermano menor, captando la atención de todos los presentes y lo llevó a la habitación continua, cerró la puerta cuando ambos estuvieron solos y le miró.

―No estoy de acuerdo, a que vayas con Alfredo ¿Bien? Te saque casi muerto y vas y te metes en la boca del lobo―le recrimino, evitando su mirada enojado

―Necesito enfrentarlo solo, quiero luchar solo― le confesó Martín, sorprendiendo a Santiago

Santiago le miró incrédulo unos segundos antes de abrir la puerta y subir al segundo piso, lo último que escucharon los presentes en el primer piso fue el portazo que dio su futuro líder. Este suspiro fuerte sacando esa confesión de sus hombros y cayó de rodillas a la cama, observó el piso sonriendo, no estaba en aquella posición desde que su madre había fallecido.

―Llevo sin hacer esto diez años, estoy desesperado, quiero paz y no sé cómo conseguirla, ni siquiera sé cómo dirigirme a ti, estoy en guerra sin armadura y con la cabeza llena de cosas que quiero hacer, quiero proteger a todos y a ninguno a la vez, quiero ver muerto a todos y vivir una vida tranquila con mi hija, veo opciones pero no se cual tomar. Quiero ayuda y no sé como pedirla, envía un ejército, uno con sabiduría y ganas de luchar por una paz hacia sus seres queridos, uno que sane más que haga daño, dame fuerza para superar lo que se venga, porque no sé si estoy al final o al comienzo del camino― comentó con lágrimas en sus ojos, las limpio con sus manos― Gracias por enviar a Julieta a salvar a mi hermano, gracias por cuidar de mi familia cuando lo consideraba perdida, ayúdame a conservarla y a aprender a luchar por ella, hazme recordar la sabiduría que utilizaba mi madre para mantenernos unidos, ayúdame a perfeccionarla, no creo en estas palabras, pero las repetiré recordando la confianza que veía en los ojos de mi madre, Dios es bueno en todo tiempo y en todo tiempo Dios es bueno.― murmuró apoyando su cabeza en la almohada, llorando con desconsolación.

No le importo llorar con desconsolación, no le importaron las personas que le preguntaron si se encontraba bien, ni los que gritaban su nombre para que les abriera la puerta, ni la preocupación que podía generar en su familia, solo dejo salir todo ese dolor acumulado por años. Entendió a su madre, cuando se encerraba en el cuarto de atrás y lloraba amargamente, comprendió la sonrisa radiante con la que salió a atenderlos y se quedó allí disfrutando de su soledad.

¡Basta de Miedo! © (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora