Capítulo IX

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Martín y Santiago bajaron del barco en el auto una vez que el capitán aparco en el muelle, esta vez fue Santiago quien condujo hasta la casa que le habían ordenado vivir, cruzaron el centro del Reino del Sol hasta llegar a la parte este del lugar, llegaron a un camino de tierra, Santiago tocó la bocina al ver a un niño caminar en medio del camino, pero terminó frenando el auto al ver que el pequeño caminaba lento. Le volvió a tocar la bocina aguantándose las ganas de lanzarle un par de groserías.

Vio cómo el niño se volteaba a mirarlo para sacarle la lengua y seguir caminando a paso lento, abrió sus ojos sorprendido escuchando la risa de Martín volteo a mirarlo con claro enojo, viendo como este miraba hacia la ventana. Volvió a avanzar, pasando de largo viendo al niño a través del espejo retrovisor.

Llegaron a la casa en menos de un minuto y se sorprendió al darse cuenta de que la casa era solo de un piso y tal vez dos habitaciones como mucho, era sencilla, la típica casa que entregaba el clan Fisher entregaba para pasar desapercibido. Se sorprendió al bajar y ver que el niño se acercaba a ellos y entraba en la casa de al lado.

— ¡Papá ya llegue!—grito de la reja

Martin vio como un hombre salía de la casa continua para llegar a la reja y tomar en brazos al menor quien se abrazó a su cuello.

—Haz tus tareas temprano, debo ir a trabajar al bar hoy— dijo con una sonrisa mientras entraba con el niño a la casa.

Santiago vio como su hermano entraba a la casa y prefirió seguirlo, como lo había imaginado había una cocina pequeña junto a una mesa y dos habitaciones, sus cosas estaban en el living, vio como Martín tomaba ambos bolsos para sacar la ropa y meterla en la lavadora que se encontraba fuera de casa, así que decidió que él se encargaría de cocinar.

Se quitó el abrigo y se arremango las mangas de la camisa a los brazos, fue al mueble viendo que había de todo, prefirió hacer algo rápido, sacó un paquete de fideos y fue al refrigerador a sacar unas verduras, volvió al mueble y sacó un paquete de salsa para hincarse y sacar las ollas.

Fue al fregadero y lleno de agua la olla para dejarla en la cocina y prender el gas para que esta hirviera, regreso al mueble y regreso a la cocina con la tapa de la olla poniéndola encima, suspiro apenado.

Te odio desde que comenzaron los antojos no dejo de comer fideos, si el bebé sale adicto a ellos, nos separamos.

Negó con la cabeza al recordar la voz de su novia, regreso al mueble, saco la tabla y el cuchillo y comenzo a picar las verduras, una vez estuvo listo y el agua hervida, hecho aceite y sal, abrió el paquete de fideos y los vertió en el agua, volvió al mueble y fue por el sartén para cocer las verduras. Observo por la ventana de la cocina viendo como Martín regaba las plantas del lugar ignorando por completo que el niño le miraba desde el patio mientras jugaba a la pelota, abrió la ventana al sentir el ambiente ahogado, vio cómo el niño se acercaba a su hermano.

— ¿Puedo hacer una pregunta?—preguntó el niño con curiosidad al ver que Martín le tomaba atención— ¿El chico que cocina es tu pareja?

Santiago fue el primero en dejar el sartén de lado al escuchar esa pregunta, observo a su hermano viendo lo pálido que estaba, rió al ver que su hermano boqueaba y se enrojecía de cólera.

— ¿Cómo te llamas?—preguntó Martín aún sorprendido

—Manuel Gamp—se presentó el niño con recelo

—Manuel ¿Qué te hace pensar... que... es mi pare...ja?—preguntó aún con sorpresa.

—Los vecinos anteriores también eran Fisher y ellos eran pareja—dijo con simpleza mientras veía como Martin se ponía pálido nuevamente.

Santiago rio nuevamente al escuchar aquello y recordar al primo de su padre que siempre iba con su pareja a todos lados, prefirió darle una ayuda.

— ¡Nosotros somos hermanos!—exclamó con una sonrisa viendo como Manuel miraba a la ventana— ¡El es Martin y yo Santiago!

— ¿Y porque no son pareja?—preguntó curioso.

Martin fue quien se volteo enojado mirando al niño.

—Vuelve a repetir esa palabra y te daré tres balazos en la cabeza—amenazó viendo como el niño le miraba con el ceño fruncido, ignorando que su hermano le miraba con regaño.

Manuel río.

—Eres muy gracioso como el caballero de la semana pasada, el siempre me amenaza con tirarme tres balas en la cabeza y al final nunca lo hizo—comentó divertido—Me caes bien.

Martin fue quien esta vez frunció el ceño, mirando a su hermano a través de la ventana quien seguía cocinando, ignorándole completamente. Se acercó a Manuel amenazante, pero se sorprendió cuando este alzó su mano para saludarle, levantó su mano corriendo la mano del niño, sorprendiendolo.

—A mi no me caes bien, es más acabas de ganarte todo mi odio—confesó y recalco viendo como el niño alzaba sus hombros.

—Estoy acostumbrado a que me odien así que no me afecta—comento serio, sorprendiendo a Martín—Con ese carácter te quedaras solo, siempre.

— ¡Eh Martín deja de amenazar al niño e invitalo a comer!—ordenó Santiago con una sonrisa

— ¡No quiero comer!—exclamó con enojo Manuel—Espero que te retuerzas en el baño luego de comer los fideos—deseo, volteandose para regresar a su casa.

Martín lo vio desaparecer al entrar a la casa, bajo la mirada al recordar lo dicho por el niño Con ese carácter te quedaras solo, siempre, esas palabras le habían dolido, tal vez de la misma forma que al niño le hirieron las suyas, no quería encariñarse con nadie y menos con un niño que podría tener la edad de su hijo, claro su hijo tendría esa edad si estuviera vivo.

Como extrañaba a Moad.

¡Basta de Miedo! © (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora