10°*

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-¡TE HE DICHO MILES DE VECES QUE NO ENTRES A MI HABITACIÓN Y TOMES MIS COSAS PARA ARRUINARLAS! ¡ESTOY HARTA DE TENER QUE SALVAR MIS PERTENENCIAS DE TUS MANOS!

-No me grites jovencita, sigo siendo tu madre. 

-Una madre que, al parecer, no entiende el español. Te dije que no toques mis cosas. 

-Estaba con la ropa para lavar.

-No es cierto, esa camiseta la lavé ayer, lo que estabas por hacer es lo mismo de todas las veces, intentar arruinarla para que cambie de estilo, como si eso fuera a funcionar alguna vez. No lo hizo durante años, no lo va a hacer ahora. No entiendo tu ridícula creencia de que sirve de algo seguir con eso. ¿Qué iba a ser esta vez? ¿Lavandina o mancha de las que no se sacan?

Mi madre me mira con un gesto entre molestia y la vergüenza por saberse descubierta. Por si aún no les ha quedado claro lo que pasa, mi progenitora ha intentado, por millonésima vez, la estúpida táctica de arruinar mi ropa para que la cambie por las de su gusto. No me entra en la cabeza cómo es que no ha desistido aún de su patético plan, que es obvio que no sirve de nada. Lleva años intentándolo y no va a obtener ningún fruto positivo de ello por mucho que siga con eso. 

Furiosa, y antes de que cometa una locura (como la idea de su sangre en mis manos que, aunque sé que parece algo un un tanto/bastante psicópata, lleva años rondando mi mente), le arranco la camiseta y me voy a mi cuarto para terminar de vestirme e irme a la universidad. Necesito despejar mi mente y si no me voy, esto va a terminar mucho más que mal.

Malhumorada, cierro la puerta de mi santuario tras de mí y me quito la camiseta de tirantes que uso para dormir para reemplazarla por la gris enorme que mi madre estuvo apunto de destruir; agarro mis botas: unas de suela bien gruesa tipo plataforma, de cuero negro con un par de alas de murciélago en los costados, mi mochila y la carpeta donde tengo el trabajo para entregar hoy y salgo yendo hacia mi bicicleta. 

No vuelvo a cruzarme a mi madre en el camino, gracias a Dios, estoy muy molesta con ella en este momento y no creo ser capaz de controlar mis manos si la tengo cerca; en cuanto tengo mi vehículo, enfilo hacia el edificio de enseñanza a donde debo ...

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No vuelvo a cruzarme a mi madre en el camino, gracias a Dios, estoy muy molesta con ella en este momento y no creo ser capaz de controlar mis manos si la tengo cerca; en cuanto tengo mi vehículo, enfilo hacia el edificio de enseñanza a donde debo asistir si quiero mi título y pedaleo tranquila, intentando relajar cada parte de mí y despejar mi mente con el aroma de la mañana. Si no lo consigo antes de llegar, al primero que siquiera me mire mal, le haré tragar sus propios dientes, no estoy de humor en absoluto para soportar idiotas el día de hoy. 

Llego a la universidad y encadeno mi bici en su lugar; nadie parece siquiera cruzarse en mi camino, a lo mejor el aura que desprendo hoy con mi pésimo humor sí que les produce rechazo. Mejor para mí, el paseo no me ayudó en absoluto y, como todo aquel que me ve aparta la vista casi al instante, procuro ir derecho a mi salón y no cometer algún acto de violencia contra ningún alumno que, por suerte, parecen estar respetando mi espacio personal. 

En cuanto entro a la estancia donde deben impartirse las clases de hoy, noto que algunos muebles aún parecen tener marcas del agua que se coló aquí en la tormenta, pero no hay mucho más a la vista, se han encargado bien de hacer que pareciera como si nada. 

El JugueteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora