Love Has Led Us Astray || Gerard Way y tú

21.

Tras la inesperada visita que realizó a casa de su madre el día que llegué a Jersey, Gerard no apareció sino hasta el cumpleaños de su hermano, provocando que mis niveles de ansiedad llegaran hasta las nubes, manteniéndome en una constante alerta durante los días en que no dio señales de vida; a tal punto que de manera inevitable Mikey se dio cuenta que algo andaba mal en mí y me sometió a uno de sus interrogatorios en los que de una forma u otra siempre termina sacando la verdad de mi cabeza.

—yo creo que estás confundiendo la emoción del reencuentro con algo más—diagnosticó mirándome fijo a los ojos—lo más probable es que mañana ya no te vas a sentir así, porque ya no va a ser novedad compartir con él.

—¿y si no es así? Por favor dime, ¿qué mierda hago si todo lo que siento no es solo mi imaginación? Mikey, no soporto el estar contando cada segundo que falta para volver a verlo, ¿qué voy a hacer cuando esté de vuelta en Portland?—abatida, dejé caer mi cabeza en mis manos.

—todo lo que puedas y estés dispuesta a hacer.

Mi amigo se encogió de hombros y me dejó de una pieza con su sinceridad. Sabía que no era la respuesta que le hubiera gustado darme, pero sí la que yo deseaba escuchar, y se lo agradecí enormemente.

¿Qué estaba dispuesta a hacer por Gerard?

Todo y nada.

Dependía más bien de lo que pudiera sacar en limpio durante la celebración del cumpleaños de Mikey. Sin embargo aquella tarde, y contra cualquier pronóstico que mi cabeza hubiera podido armar, llegó por completo diferente a como lo había visto tres días atrás. Serio, silente, distante, más cercano a una estatua de hielo que a un ser humano. Gracias a eso mi última tarde en Jersey se convirtió en un martirio total, donde el látigo de la indiferencia de Gerard me azotaba sin piedad, y yo ahí permanecía resiliente, intentando mantener la compostura solo para no arruinar el día de Mikey, pero sintiendo que en cualquier momento moriría.

Las velas se apagaron, el pastel se comió, y cuando los invitados se fueron Mikey nos arrastró a Gerard y a mí a compartir un par de cervezas junto a él en el patio. No para obligarnos a socializar uno con el otro, sino que con el más puro deseo de poder beber su primer trago de manera legal y nosotros poder acompañarlo en aquel valioso momento.

—por los viejos tiempos—brindó mi amigo.

"Por los viejos sufrimientos" pensé mientras chocaba mi botella de cerveza con la de los chicos. Le di una mirada a Gerard deseando que hubiera escuchado aquella declaración, sin embargo estaba ocupado en beber de un trago la totalidad de la botella. Deseaba poder entrar a su cabeza y escudriñar cada rincón para poder encontrar respuesta a su indiferencia. Necesitaba saberlo, oírlo de sus propios labios ojalá pero no me sentía capaz de llevar a cabo ninguna de las infinitas estrategias que me había dedicado a armar en mi cabeza durante su ausencia.

Durante el resto de la hora que estuvimos en el jardín Mikey acaparó toda la conversación, convirtiéndola en un incansable monólogo alimentado por la cerveza que no dejaba de entrar en su sistema, hasta que llegó un punto en que en verdad se le empezó a notar la ebriedad y con Gerard decidimos que lo mejor era llevarlo a su habitación. Tras dejarlo en su cama y convencerlo de que durmiera con un pie apoyado en el suelo para que no se mareara más de lo que ya estaba, Gerard me pidió permiso para entrar a la habitación de huéspedes en la que yo me estaba alojando para sacar un par de frazadas ya que él iba a dormir en el sofá de la sala de estar, puesto que a pesar de no estar tan ebrio como Mikey no se sentía en condiciones de conducir de vuelta a su apartamento en Nueva York. Lo ayudé a llevar las frazadas junto con una almohada a la sala y me quedé contemplando como las estiraba sobre el sofá. Creí que hablaríamos algo respecto a nosotros, pero no tuve la valentía para traer el tema a colación, así que tras un seco "buenas noches" me fui a encerrar de vuelta a la habitación de huéspedes.