41.

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Christie, la esposa de mi papá, me quedó mirando absorta luego de yo acabar el relato de todo lo que había ocurrido durante los últimos meses y cómo era que había ido a caer de vuelta a casa. Revolvió lentamente lo que quedaba de té en su taza, a pesar que ya estaba helado a esa altura de la noche.

—guau, es que en verdad sucedió de todo—balbuceó de tal modo que su acento inglés se exageró.

Sin saber qué más decir, desvié la mirada hacia la ventana de cual fuera mi habitación por tantos años, extrañando ver los rascacielos de Nueva York. Suspiré con pesar. No llevaba ni 24 horas en Portland y ya extrañaba mi antiguo hogar. Tampoco era que había hecho mucho por distraerme, a decir verdad.

Con mi padre habíamos llegado durante la tarde a casa, donde Christie nos esperaba para darnos la bienvenida. Abrazos, risas, llantos, cena; y tras una ya necesaria ducha nos habíamos sentado a conversar Christie y yo, así como en los viejos tiempos cuando ella intentaba encauzar mis frustraciones de adolescente, con la diferencia que esta vez sí que sentía que era el fin del mundo.

—es como si durante este rato hubieras hablado de una persona extraña, no del joven que yo conocí tiempo atrás—suspiró—no consigo creer todo lo que ocurrió, por todo lo que pasaste.

—¿cierto?—torcí una sonrisa aún mirando al horizonte—a ratos me cuestiono si en verdad todo pasó como lo recuerdo—sinceré—si en verdad estoy delirando y nada fue como lo vi, si en verdad yo soy la enferma... aunque bueno, a fin de cuentas sí lo soy.

—no, cariño no te hagas daño a ti misma, ha sido suficiente.

—solo voy al punto de que no hay nadie por completo culpable de lo que ocurrió, todos cometimos errores.

—pero algunos son más grandes que otros.

—puede ser, pero eso no se puede definir con objetividad, ¿no? Tú y mi padre piensan que Gerard fue el malo de la historia porque me hizo daño a mí, porque yo cuento la historia y digo lo que siento, lo que vi, pero no todo lo que hice.

Sentí a Christie acariciar mi mano, lo cual me hizo devolver la mirada hasta su rostro. Tenía una expresión similar a la que Donna ponía cuando charlábamos infidencias.

La nostalgia me revolvió las entrañas.

—en ese caso, ¿qué hiciste?—preguntó tras dudar un instante.

Clavó sus ojos en mí con intriga. Me tomé un segundo para ordenar las palabras de tal modo de explicar un pensamiento revelador que se había vuelto recurrente en mi cabeza durante los últimos días, y finalmente solté:

—la verdad es que Gerard y yo fuimos la misma persona, dos partes de un mismo idiota.

—¿a qué te refieres?

Apreté los labios, sin saber cómo empezar a explicar tal conclusión a la que había llegado tras toda la tormenta que caía sobre mí. En mi cabeza, un revoltijo de imágenes sueltas que a pesar del tiempo transcurrido no conseguía hilar del todo, más que para darme cuenta que también fui una cretina de vez en vez.

—¿qué pasó?—murmuré llevándome las manos a la cabeza.

—no lo sé, tú dime, ¿estuviste bebiendo?—suspiró Gerard.

—quizás, un poco.

—¿y tu medicación?—resopló molesto—sabes que no debes mezclar mierda.

—déjame en paz, yo sé lo que hago.

Love Has Led Us Astray  ||  Gerard Way y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora