No lo mates, por favor

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Hyakkimaru intentó levantarse solo, mas yo le ofrecí mi cuerpo como apoyo. El joven no se notaba molesto por ello, pero tampoco agradecido. Su actitud ya era costumbre para mí, por lo que me sentí complacida solo con serle útil, al menos estábamos a salvo y juntos.

-Dororo se está tardando mucho. Me preocupa que le haya pasado algo. –comenté, ambos avanzamos un poco por los árboles.

A unos metros, en el suelo, divisé la pierna de Hyakkimaru con la marca de la espada, pero esta no estaba por ningún lado, ni Dororo tampoco.

-¿Será que…? – susurré, mi piel se heló, pues sospeché lo peor.- ¡Dororo! ¡¿Dororo, dónde estás?!

Coloqué la pierna del muchacho en su lugar y miré alrededor para comprobar si el niño estaba cerca, pero no había nadie en todo el horizonte.

-Hyakkimaru, no tengo idea de cómo hacerte entender esto, pero debes ayudarme a encontrar a Dororo.

El muchacho solo avanzó a través del bosque. La lluvia no cesaba y la noche caía hasta haber quedado todo en penumbra. Estaba tan oscuro que necesité sostener la capa de Hyakkimaru para poder seguirlo sin perderme. Estuvimos caminando por un rato hasta que se detuvo en un risco.

-¿Qué pasa, Hyakkimaru? ¿Logras ver a Dororo desde aquí? - miré hacia abajo.- Hay luces, es un pueblo. ¿Quieres decir que Dororo está ahí?

Sin dudarlo, el joven comenzó a bajar por el risco, yo lo seguí. Comenzamos a caminar por las lodosas y desiertas calles del pueblo, escuché algunos aldeanos decir que el asesino fantasma estaba en el lugar. No creí que se refirieran a Hyakkimaru, por lo que ambos continuamos la búsqueda. No había nadie fuera de casa. Nos topamos con Dororo al doblar una esquina, mas mi respiración se entrecortó al ver la espada maldita en sus manos.

-¡Dororo! -dije sin saber qué hacer.
-Sasayaki-neechan, Hyakkimaru. –su voz se escuchaba cansada, había pasado horas sin saber de nosotros, probablemente resistiéndose a la espada.

Sin embargo, la alegría de verlo no duró, pues Hyakkimaru se despojó de uno de sus brazos y señaló al pequeño con su espada en amenaza. Los ojos del niño no podían expresar más terror. Yo intenté sostener al joven, pero este me hizo caer al suelo fácilmente.

-¡No! ¡Hyakkimaru, no lo hagas! ¡Es Dororo, nuestro amigo!

-¡Tonto, detente! Soy yo, ¿no lo ves?

Nuestras palabras eran en vano, pues ambos sabíamos que no era capaz de escucharnos. Él seguía atacando y Dororo hacía lo posible por esquivarlo.

-¡Hyakkimaru, para! ¡Lo vas a matar! –no sabía qué hacer para convencerlo, mi esperanza estaba decayendo.

Temía ver morir a una de las personas que más he estimado, ese pequeño y valiente niño que nos juntó y nos hizo viajar tan unidos. Debía hacer algo, pero aun no sabía qué.

-¡Dororo, huye! –le grité aterrada.

-Maldición. –él obedeció y corrió hacia otra calle, pero fue sorprendido y atacado otra vez.

Yo también los seguí, y al ver detenidamente a Hyakkimaru comprendí lo que intentaba hacer. No estaba atacando a Dororo, estaba atacando a la espada, intentaba no lastimar al niño. En una de sus arremetidas, logró desarmar al pequeño. La katana maldita cayó tras de ellos clavada en el suelo, tras de eso Hyakkimaru se detuvo.

-Gracias, Hyakkimaru… -el niño se desplomó.

-¡Dororo! –corrí hasta él y sostuve su cuerpo antes de que cayera.

Hyakkimaru se acercó a nosotros y nos apartó del camino. Me sorprendí al verlo tan cerca de mí por voluntad propia, pero noté, por una voz, que su objetivo era ponernos a salvo, pues la pelea no había terminado todavía.

-Esta espada es mía. Mía y solo mía. –el asesino había regresado y otra vez poseía la espada.

Tomé a Dororo en mis brazos e intenté quedarme cerca pero a salvo. Sabía que esta sería una lucha a muerte. Lo único que podía pensar era en una forma de hacerle saber a Hyakkimaru que ambos lo apoyábamos, aunque no pudiera vernos u oírnos.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora