Todos son iguales

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A la mañana siguiente, nuestro despertar parecía de reyes. Las sirvientas nos despertaron recogiendo los futones y anunciando que nuestro desayuno estaba listo, tomaríamos la comida junto a Sabame otra vez. Mi preocupación por la noche anterior me había predispuesto ante la amabilidad tan desprendida de ese hombre. Nos trajeron los alimentos de a poco, acompañado por el señor de la residencia y, al igual que la última vez, nos llenamos hasta hartar, o al menos así lo hizo Dororo.
-Gracias por invitarnos al desayuno. –dijo poniendo una voz inocente. 
-Somos gente del campo, así nuestra comida no es lujosa. –comentó Sabame con esa mirada tan extraña que lo caracterizaba. –Pero me alegra ver que descansaron bien. –reaccioné ante esto, él sabía algo, ahora sí estaba segura de ello.
Él tomó un sorbo de su sopa mientras estaba siendo atacado por mi mirada. Hyakkimaru tomó los palillos de mi mano y continuó comiendo la comida que yo había empezado a darle. En medio de ese incómodo silencio, supo cómo reaccionar.
-B-bien hecho, Hyakki-kun. –lo celebré aplaudiendo ligeramente y forzando una sonrisa.
-Pues, gracias a ustedes. –continuó Dororo. –Ha pasado mucho desde que dormí tan bien. –ante un trato así, yo también estaba de acuerdo en que lo mejor era disimular. –Esta es una gran habitación. Es silenciosa. –esa niña atrevida estaba tentando a la suerte con sus palabras, pero ante su plan, yo también intervine.
-Es cierto, y los insectos del bosque no molestan. –me fijé en la posible reacción de Sabame.
-Pueden quedarse tanto como quieran. –fue su respuesta, lo que nos sorprendió.
-Bueno… Gracias…
-Es muy generosa su oferta, se lo agradecemos. –hice una reverencia sin dejar de mirarlo, como supuse, una reacción sospechosa.
-Tenemos habitaciones para compartir. –insistió el hombre. -Si no tienen prisa, pueden quedarse con nosotros un tiempo.
-Realmente es generoso en tiempos tan duros. –evidenció Dororo y luego habló tras una pausa.- ¿Puedo tener más?
-No sé sobre otros lugares,- dijo el hombre tras asentir.- pero en nuestra villa solo hay paz. No somos ricos, pero no necesitamos pelear por nada. –la sirvienta llenó el cuenco de la niña y se lo dio.
-Gracias.
-Somos capaces de vivir así gracias a la bendición de los cielos. –ante estas palabras percibí que Hyakkimaru miraba fijamente a Sabame, ya conocía esa forma de mirar, estaba comprobando su alma.
Esa sonrisa de satisfacción me daba una sensación similar al temblor que me provocaba el polvo raro de la polilla de la noche anterior. Sin embargo, Dororo continuaba comiendo frenéticamente como si no le afectara y Hyakkimaru solo se comportaba como siempre.
Tras terminar el desayuno, nos dejaron solos en la habitación. Los tres nos sentamos en la plataforma frente al estanque y estuvimos en silencio un rato hasta que la pequeña habló.
-Estuve pensando en una forma de hacer que nos dejen quedarnos. Nunca imaginé que él nos invitaría.
-Su generosidad es demasiada, no sé cómo verlo. Me parece tan… extraño, de alguna manera. –dije cuidando mis palabras por si las paredes tuvieran oídos.
-No dejaré a los demonios hacer lo que quieran. –sentenció el muchacho.
-Ese grande podría venir directamente por ti esta vez.- dijo ella agitando sus brazos simulando alas.
-Eso está bien. –contestó el joven mientras acariciaba sus prótesis de los brazos.
-Estaremos preparados para enfrentarlo, Dororo.- respondí con convicción.
-Saldré a hablar con los aldeanos. –anunció ella. –Tengo curiosidad por la monja y el templo quemado. ¿Qué hay de ustedes?
-Observaré a Sabame. –señaló mi compañero.
-Yo me quedaré con él, por si pasa algo. Sabame no me da mucha confianza que digamos.
-Ya veo. –expuso ella. –No hagan nada imprudente. A ese viejo tal vez le lavaron el cerebro. Él se ve aterrador, pero no se juzga a un libro por su portada. –ella saltó de la plataforma y se fue corriendo.
-¡Te cuidado tú también! –le dije al verla correr.
A mi lado, Hyakkimaru solo se quedó quieto dejando que la brisa moviera los cabellos sueltos en su cara. Miré al cielo dejando que el fresco también invadiera mi rostro y sentí mis pensamientos revolverse una vez más.
-¿Cómo se ve? El alma de Sabame… -pregunté sin mirarlo.
-Parece humano, pero tiene partes malvadas.
-¿Crees que tenga que ver con el demonio de anoche?
-Es probable.
-Entonces debemos averiguar qué trama. –me puse de pie.
-No, Sasayaki se queda. –se levantó y se plantó frente a mí.
-¿Qué? No puedes ir solo, es peligroso. –él comenzó a caminar dándome la espalda. -¡Hyakki-kun, espera!
Al levantar mi mano para detenerlo, vi la cicatriz que la atravesaba. Recordé que en aquel momento también me había sentido valiente al acompañarlo, que no pertenecía a otro lugar que fuera a su lado y que le había prometido que esta sería un recuerdo bueno de ese suceso. Por ello, me decidí a seguirlo sin importarme sus palabras. Él se volteó al ver que lo seguía y se detuvo, yo negué con mi cabeza y me quedé detrás de él.
-Haz lo que quieras. –me dijo al fin y sonreí al oírlo.
-Prometo no descuidarme esta vez. –ambos fuimos juntos en busca de Sabame.
A los pocos minutos, nos percatamos de que estaba de salida, lo que nos pareció sospechoso. Dejamos distancia y lo seguimos con cautela. Lo vimos entrar a un pasaje por el bosque, caminaba demasiado seguro de a dónde iba si estuviera dando un paseo. Por un momento me asusté, pues se detuvo un par de segundos y luego siguió andando. Nosotros subimos por la colina por donde pasó y llegamos a un claro en el cual esperamos verlo, aun sin percatarse de nuestra presencia, pero no fue así.
-Es mi lugar favorito. –nos dijo desde nuestras espaldas cuando llegamos lo que nos hizo voltearnos. –Tengo una vista completa de la aldea.
-Es… increíble… -dije al comprobar que el hombre tenía razón. –La aldea, el lago, la montaña, todo se ve.
-Mis ancestros protegieron esta tierra por generaciones. –nos contó orgulloso. –Nací y fui criado aquí. Me volví señor, y aquí estoy. No conozco otros lugares. Como viajeros tal vez no entiendan lo que es. Esta aldea es mi todo. Sin importar qué pase, la protegeré. Vinieron a matar a los ayakashi que viven aquí, ¿verdad?
-Entonces, sí sabías sobre los ayakashi. –repliqué furiosa.
-Así es. –afirmó el joven ante la pregunta de Sabame.
-No los dejaré. –contrapuso él. –Ellos también son mi gente. Debo protegerlos. –sus palabras me hacían saber lo desquiciada que estaba su mente.
No es posible que los humanos den cobijo a los ayakashi, pues estos los comen. Por mucho que quieran vivir en armonía, siempre los humanos perderán. Son comida viviendo entre los depredadores, no existen variantes. Si vas a salvar a un humano, será dando la vida de otro. Sabame nos contó cómo su pueblo fue atacado por samuráis que se volvieron bandidos, que los campos perdieron fertilidad o fueron asolados por animales y que la gente se robaba la comida entre sí o luchaba por ella hasta la muerte. Nos dijo que en medio de eso, los ayakashi fueron su salvación.
-No me importaba que fuera ayakashi. Estaba dispuesto a renunciar a mi alma si eso significaba que mi gente podría escapar de ese infierno. –en parte, era comprensible su decisión, y me ponía un poco contrariada que así fuera.
Nos dijo que los ayakashi terminaron tanto con bandidos como con los animales salvajes y que le devolvieron la prosperidad a su tierra. También nos dijo que acogió a quien los dirigía como su esposa en su casa.
-Déjenme preguntarles una cosa. –ambos callamos en espera de la pregunta. -¿Por qué matas a los ayakashi? –Hyakkimaru solo se quitó su prótesis y amenazó al hombre apuntando la espada a su cabeza.
-No me importa lo que estés tratando de proteger. Mataré a los demonios. Y recuperaré todo.
-Los ayakashi robaron todo de Hyakki-kun, ellos no son tan buenos como usted dice si hacen algo así.
-Unos vagabundos como ustedes nunca lo entenderían. –por un momento, el tiempo pareció detenerse y, al percatarnos, Sabame estaba fuera del alcance de la espada de Hyakkimaru.
-Finalmente han despertado. –dijo el señor con una expresión de orgullo. –Llenarán sus estómagos vacíos.
Unas polillas gigantes aparecieron frente a nosotros y nos llenaron de este extraño polvo al volar sobre nosotros. Hyakkimaru se enfureció al ver al hombre darse la vuelta e irse sin importarle nuestras vidas.
-Igual… ¡Tú eres igual! -Hyakkimaru se abalanzó sobre los monstruos voladores con un grito y comenzó a cortarlos como pudo.
Yo sabía a quién se refería... Su familia, la actitud de su propio padre al venderlo a los demonios por el placer de los demás y por su egoísmo. Era cierto, Sabame era igual. Y eso fue lo que hizo que explotara de esa forma, y lo que me dio razones suficientes como para no detenerlo. El hombre se volteó al ver caer a las heridas mariposas, y fue hasta una de ellas que había caído con un ala cortada.
-¡Fuera de mi camino! -él joven impulsó a Sabame colina abajo para apartarlo de la polilla y poder matarla.
Clavó su espada en la cabeza del insecto, mientras yo con su katana remataba a otro cerca de ahí. Vi cómo la sangre naranja de la criatura manchó el rostro del muchacho y me acerqué a él.
-¡Hyakki-kun, detrás de ti! --le advertí al ver que otra polilla se le acercaba por la espalda.
Fue tarde mi advertencia, pues el joven fue levantado por los cielos. se liberó abriendo sus brazos y cortando parte de las alas del insecto. Lo vi caer sobre los árboles y corrí hacia él. Al estar junto al joven noté que esa criatura le había hecho una herida con un aguijón. Me apresuré a sostener el agujero para retener la sangre, mientras pensaba en qué ponerle para vendarlo. Tomé un trozo de mi yukata, el cual me alegraba que aún me quedara un poco largo, y le cubrí la herida como mejor supe. Aún así, no logré hacerlo despertar, pero si estaba respirando sabía que estaba vivo. Solo lo dejé descansar, pensé en las cosas que había dicho Sabame. Que las personas se acostumbren a vivir de los ayakashi hace que al vencerlos nos sintamos culpables por algo. ¿Quién es en verdadero culpable aquí?

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora