El rostro de... ¿mamá?

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Para llegar al lugar que nos había dicho el mercader que se encontraban las aguas termales, era necesario atravesar la montaña, lo que nos hizo detenernos luego de unas horas de haber comido, pues encontramos una cabaña. Estaba bien amueblada y limpia, pero a la vez, vacía. Fuera quien fuera la persona que viviera en ella, no había rastro de que estuviera cerca. Dororo se sintió muy cómoda desde que entramos al lugar, pero era obvio que a Hyakkimaru le daba igual donde estuviéramos.
-Este lugar es perfecto para pasar la noche.
-Parece que es de alguien. Nos disculparemos luego por irrumpir así. –la pequeña me asintió y luego miró al muchacho.
-Aniki, descansa aquí. Voy a recoger un poco de leña y bayas.
-Me quedaré con él y me aseguraré de que se relaje un poco. –le dije a la niña viéndola correr hacia la puerta, pero antes de salir se detuvo.
-Este podría ser el escondite de un chico malo, así que tengan cuidado. –nos advirtió. -¡Pero no mates a nadie, Aniki! Solo derrótalos.
La niña salió corriendo, mientras, Hyakkimaru se despojaba de la espada que llevaba siempre colgada en su cintura. Luego de lo ocurrido en las tierras de Daigo, había comenzado a entrenar para usarla mejor. Observaba al joven luchar contra los demonios y criaturas y aprendía sus movimientos. No era tan buena como él, pero ya no sería una inútil ante el peligro. Además, siempre contaba con saber que no haría ningún mal, mientras que protegiera a los que amo, por eso no me daba miedo lastimar a otros. Es una forma dura de pensarlo para alguien tan blando como yo, pero no debía ser débil ante las situaciones a las que nos enfrentábamos a diario.
Entre las cosas que tenía la cabaña, había una lona para dormir. La extendí en el suelo y miré a Hyakkimaru sin saber cómo convencerlo.
-Hyakki-kun, recuéstate aquí. Ven. –él negó, estaba sentado frente a la entrada, como alerta.
-Pueden venir demonios… -me respondió de espaldas a mí.
-¿Ves alguno ahora? –negó.- Entonces no es necesario que te quedes en la puerta esperando a que aparezcan. Ven aquí, llevas muchos días sin dormir bien.
-Estoy bien…
-¡No lo estás! –no supe por qué se había volteado hasta que miré mis puños apretados, le había gritado. –Lo… siento…
-Sasayaki, gritaste… -se acercó a mí y se arrodilló a mi lado.
-Perdóname, pero estoy preocupada por ti. También lo está Dororo. Sé que te decepcionaste con tu familia, que no fue lo que esperabas, pero… -tomé su mano e hice que pasara sus dedos sobre la cicatriz de la mía. –recuerda que me tienes a mí, que no importa lo que pase, yo estaré a tu lado.
-Tú siempre… me acompañas… -tocó mi cara suavemente, podría jurar que intentaba recuperar ese toque mágico que tenía.
-Siempre lo he pensado. Pero por esta vez, te lo diré… No estás solo, Hyakkimaru. Y, mientras yo viva, nunca lo estarás. –besé su mejilla con ternura, se sentía bien no enfrentarse a ese comportamiento frío.
-Yo… descansaré… -se acomodó frente a mí en la lona.
-No te preocupes, yo cuidaré tus sueños. –le sonreí agradecida de que me hubiera hecho caso.
Estuve vigilando su cuerpo inmóvil por un tiempo que no supe definir, mi mano no se hartaba de ese contacto con la suya. Pasaba mis ojos por toda la extensión de sus prótesis, casi siempre terminando en su mirada. Eran tan inútiles ese par de piezas en sus cuencas que no necesitaba cerrar los párpados para dormir. Cada vez que lo pensaba, me sentía frustrada y asustada a la vez.
La noche cayó sin yo percatarme, no había prendido fuego o cubierto mi cuerpo por el fresco nocturno por no alejarme de Hyakkimaru y que este se sintiera incómodo. Si dormía en realidad, era un misterio para mí, solo sabía que estaba tranquilo y eso ya era un logro.
-¡Neechan! ¡Aniki! –la voz de la pequeña se escabulló en la noche y llegó a la cabaña en compañía de otra que no conocía.
-No tires tan fuerte. –entró a la cabaña despertando al joven con sus gritos y tirando de la mano de una mujer.
-¡Aniki, mírala! –dijo con una enorme preocupación en su rostro.
-Dororo, ¿quién es ella? –la niña negó esperando la respuesta del muchacho.
Este se incorporó en la lona y miró fijamente a la mujer. Era extraño, pero ya reconocía esa forma de mirar las cosas de él. Era algo que no conocía y eso lo hacía sentirse contrariado.
-¿Es un ayakashi? –preguntó Dororo.
-No. –le dijo secamente Hyakkimaru.
-Humana entonces.
-No lo sé. –esa respuesta tan ambigua me hizo dudar aun más, pero la mujer no se veía como alguien malo.
-¿Eh? –ante la sorpresa de la niña a mi mente solo recordó la experiencia con Bandai.
-Mi nombre es Okaka. –se presentó ella haciendo a Dororo estremecerse del susto.
-¿Okaka? –sin duda, algo extraño le ocurría a la pequeña con respecto a esta mujer.
-Y esta es mi casa. –la pena subió hasta mis mejillas coloreándolas.
-Perdone nuestro atrevimiento. –hice una reverencia. –Necesitábamos un lugar para que nuestro compañero descansara. –Dororo también se sorprendió y se disculpó.
  A los pocos minutos, entre Okaka y yo iluminamos la casa con velas. Ella había insistido en hacer la cena, ya que estábamos cansados del día, lo cual no dejaba de tener razón. Con destreza, encendió el fuego de la cocina mientras nosotros observábamos desde atrás.
-¿Vives sola aquí? –le preguntó Dororo curiosa.
-Sí. Los peregrinos que vienen a la cascada me dan comida. Así que me las arreglo.
-¿Hay una cascada por aquí? –mi amiga me asintió.
-Esa cascada… Por cierto, ¿por qué ese Buda no tiene cara?
-¿Buda? –pregunté otra vez.
-Sí, tras la cascada, una estatua enorme.
-Bueno, es una historia de hace mucho tiempo. –nos contaba mientras removía la olla en el fuego.
Nos contó sobre un tallador que solo esculpía rostros alegres en las estatuas de Buda al cual la guerra lo llevó a perder su fama, por las incesantes peticiones de estatuas de Fudo con expresiones furiosas. Para ser recordado, esculpió lo que consideraba la mejor estatua que había hecho, pero falleció de la inconformidad que sentía al esculpir rostros que conocía, pues quería el rostro perfecto para su estatua perfecta.
-Realmente no lo entiendo. –dijo la niña al final.
-Si era su deseo en la vida, se debe respetar, Dororo. Aunque no nos resulte agradable su final. Yo también lo considero incomprensible, pero no por eso debe ser criticado.
-Supongo que Dororo es demasiado joven para entender. –comentó la mujer sirviendo la cena en cuencos y ofreciéndonoslos.
-¡Ah, se ve bueno! –gritó la pequeña.
-Vamos, coman. –nos dio a Hyakkimaru y a mí también.
-¡Gracias…! –la niña miró su comida con tristeza.
-¿Qué tienes, Dororo? –le pregunté.
-¿Dororo? –Okaka también parecía preocupada por ella.
-Esta papilla de arroz me recordó a mi mamá. –comió tras decirlo.
-Me llamaste mamá, ¿cierto? –dijo la señora. –Me parezco mucho a ella.
-Sí, exactamente como ella. –me sorprendí por esto. –Eres como su gemela. Incluso tu voz… -los ojos de Dororo brillaban al hablar, estaba emocionada.
-Shhhhh! Dororo… -le señalé a Hyakkimaru el cual se había quedado dormido sin tocar siquiera su comida, la niña se cubrió la boca sabiendo que había elevado la voz.
-Ah, cielos, se ha quedado dormido.
-No ha estado durmiendo bien estos días. –mi amiga habló preocupada. -¿Podría dejarlo dormir? –la mujer asintió sin dudar, luego buscó una tela y lo cubrió.
-Hace frío por la noche por aquí. –dijo amablemente.
Dororo y yo terminamos nuestra comida, aunque ella se apresuró más.
-Cielos, nunca había probado una comida como esta. –expresó la niña entusiasmada.
-Ah, me alegro de que te guste. –dijo Okaka, en serio parecía una buena persona.
-Gracias. –ambas dejamos nuestros cuencos vacíos en el suelo.
-Oye… -Dororo se puso roja de repente al hablarle a la mujer.
-¿Qué pasa? –le preguntó esta.
-Puedo… Este, bueno… ¿Puedo llamarte mamá…? –la expresión de la niña no daba otra cosa que no fuera ternura.
-Aw, Dororo… -dije conmovida y vi a la mujer sorprenderse.
-Es solo que pensé que sería más fácil de decir que Okaka-chan.
-Qué dulce eres, Dororo. Llámame como quieras.
-¡Mamá! –la pequeña abrazó a Okaka con entusiasmo, en serio parecían madre e hija.
-Sí, cariño. –ella hablaba para mantener la alegría de la niña.
-Me siento tranquilo y me está dando sueño… -no supe por qué, pero de a poco mis párpados también se sentían cansados.
Mi cuerpo agotado fue cayendo sobre el de Hyakkimaru a pesar de que luchaba contra el sueño. La sensación de caer en una profunda oscuridad me invadió por completo y mis ojos se cerraron escuchando una frase que me convenció de que todo este circo había sido otro engaño.
-¿En serio? Me preocupaba que la droga no funcionara.
¿Droga? ¿En la cena? Por eso no quiso mi ayuda… Mi mente se desvanecía, solo quería tener las fuerzas suficientes para apartar a mi amiga de sus brazos. Me sentí gritar “¡Hyakki-kun, salva a Dororo!”, pero fue apenas un desvarío mental, pues ya estaba inconsciente sobre el cuerpo del muchacho, imposibilitada de salvar a Dororo.

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora