¿Qué dices en tu silencio?

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A la mañana siguiente, salimos del templo en busca de la extraña criatura que nos había atacado el día anterior. Dororo notó que Hyakkimaru y yo estábamos tomados de las manos, mi cara se sonrojó al cruzar nuestras miradas, pues no sabía realmente si lo que había pasado anoche había sido como yo lo interpreté, pero a la vez me sentía plena de no temer el volver a sujetar esas rústicas pero tiernas manos.

Caminamos por un buen rato, con Dororo en la delantera, mas todo a nuestro alrededor era puro bosque y casas en estados deplorables. Casi daba pena ver aquel pueblo.

-Con la seguridad que tiene, este pueblo no parecía ser tan pobre. –comenté.

-No hay arrozales, no hay campos. –dijo el niño. –Puede que no encontremos comida aquí.

Estábamos preocupados, pues apenas unas escasas bayas habían sido nuestra cena y última comida. Estábamos sin muchas opciones, y no teníamos dinero.

-¿Crees que un pueblo en estas condiciones esté dispuesto a dar una recompensa? –ante mi pregunta, el pequeño se quedó pensativo, luego miramos a un grupo de personas que estaban reunidas frente a un cartel.

-¿Qué está pasando? –Dororo se acercó a uno de los aldeanos. –Oye, ¿qué dice esa señal?

-Dice que hay una recompensa por encontrar al secuestrador. –yo me sorprendí, no creía que fuera posible. –No es que ayude a nadie a encontrar al secuestrador.

-Mira, te lo dije. –el niño me hizo un guiño, a lo que asentí resignada. -¡Esa recompensa es nuestra entonces!

-¿Qué? ¿Sabes quién podría ser? –preguntó el hombre al ver la seguridad del pequeño.

-¿Tú también estás atrás? Me quedaría al margen si fuera tú. –contestó con orgullo. –Estamos tratando con un monstruo aquí.

-¿Un monstruo? –el pueblerino estaba confundido.

Él miró hacia Hyakkimaru, detrás del cual me escondí al ver a tanta gente, pero la mirada de ese hombre no era de alguien que estuviese fuera de información. De hecho, parecía saber algo que nosotros no.

Pasamos un buen rato caminando por el lugar. Era como una especie de mina, ya que escuchamos un gran estruendo a lo lejos y, al acercarnos, vimos a los trabajadores en faena cargando rocas y haciendo excavaciones. Me fijé que todos estaban siendo vigilados por los soldados.

Caía la noche y no había rastros de la criatura arácnida. Ya estábamos perdiendo la esperanza cuando regresamos al templo. Mientras comíamos bayas otra vez, observábamos las luces de la aldea.

-Apuesto a que el monstruo solo sale una vez que se pone oscuro. –comentó él.

-No sé, Dororo. Recuerda que no salió muy bien que digamos en la última pelea. Quizás haya huido a otro pueblo o esté escondido en algún lugar esperando recuperarse.

-No creo. Aparecerá y esa recompensa será nuestra. Solo que no tenemos la energía para buscar durante el día. Tenemos que ser inteligentes. Vamos. –dijo levantándose.

-¿Pretendes buscar toda la noche? –le pregunté sorprendida. –Está oscuro, no tenemos velas ni lámparas para iluminarnos. Sin contar con lo cansados que estaremos en la mañana.

-Sasayaki-neechan, eres como una mamá. Estaremos bien. –me dijo con confianza. –para ver en la oscuridad tenemos a Aniki y, si no encontramos al monstruo, descansaremos en la mañana.

-Jo, se te está pegando lo cabezota de Hyakkimaru. –hice un puchero.

Dororo corrió frente a nosotros con una gran sonrisa. Nosotros lo seguimos. Todo el día y toda la noche y Hyakkimaru no había hecho otra cosa que no fuera estar a mi lado y comer bayas. Ni un gesto, ni una señal, nada. Solo junto a mí, tomando mi mano, sin soltarla solo para lo necesario. No sé por qué me sentí tan especial, pero, ¿era tanto el miedo de perderme?

Hyakkimaru no expresaba mucho sus sentimientos, eso lo sabía, pero tenía su propia forma de comunicarse, de decir cómo se sentía, y esa era una de ellas. Pero, aun así, hubiera dado lo que no tenía por saber qué pensaba mi compañero de viajes con respecto a mí. A veces recordaba lo que me había dicho el Sacerdote con relación a mi alma. Me entristecía pensar que estuviese apagada y que eso asustara al joven.

La búsqueda duró hasta que comenzamos a ver las primeras luces del amanecer. Regresamos al templo agotados por la caminata, yo estaba con la cabeza llena de preguntas aun.

-Ah, estoy cansado. –se quejó Dororo.  –Caminamos toda la noche por nada.

-Te recuerdo que fue tu idea. –lo regañé ante su lamento.

-¿Dónde se esconde ese monstruo araña? -miró el pueblo.

-Tú eres el de las ideas, Dororo. ¿Se te ocurre algo más para poder encontrarlo?

-Mi cerebro ya no funciona. Vamos a dormir mientras todavía está tranquilo.

-Eso pensé. –Dororo me miró haciendo un puchero.

Los tres nos recostamos en la puerta del templo y dormimos unas horas hasta que los rayos del sol nos despertaron por su posición a través de los árboles. Nos despertamos aun sintiendo  el poco descanso en nuestros cuerpos, pero empezamos el día. Al estirarme, noté que en la plaza del cartel, la gente estaba reunida una vez más.

-¡Dororo, creo que anoche pasó algo! ¡Mira! –señalé a la multitud.

-Sasayaki-neechan, tenemos que ir a ver. Puede ser que tengan alguna pista.

Bajamos las escaleras del templo con prisa en nuestro andar, yo tiraba de Hyakkimaru para apresurarlo. Cuando llegamos, sobre el anuncio del día anterior había un papel con algo diferente escrito.

-Hey, ¿qué es lo que dice? –preguntó Dororo a un anciano.

-Otro hombre desapareció anoche, así que la recompensa subió. –me sorprendí por ello, ¡si estuvimos de guardia toda la noche!

Escuchamos cerca de nosotros a un niño hablar con el anciano, según sus palabras, al parecer, ellos no querían que la persona que secuestraba a los aldeanos fuera capturada. Eso nos sorprendió, consideraban que la recompensa nunca sería suficiente como para convencer a alguien de hacer ese trabajo. Nos habíamos topado con otro pueblo con misterios y secretos.

Un sonido peculiar salió del estómago del niño. Estaba hambriento, y me fijé en que Hyakkimaru también tocaba su abdomen.  Recordé que más allá de bayas, hierbas y algunos insectos cocidos, no habíamos tenido una comida decente en los últimos tiempos.

-Dororo, intentemos encontrar algún árbol frutal o algo así, no podemos estar sin comer hasta la noche.

-En la montaña no hay.

-Busquemos por los alrededores. O estaremos masticando hierbas hasta mañana.

La comida no era lo más abundante que digamos en el lugar, así que fue un día poco provechoso, sin embargo, las dudas de la noche, aun invadían mi cabeza. Sobre todo cada vez que Hyakkimaru pedía sujetar mi mano al caminar a su lado. Era con un toque leve en mi mano, pero solo eso decía tanto para mí…

No estás solo, Hyakkimaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora